Colaboraciones

A  propósito de «El doctorado no quita lo tarado»

Narrativa de corte Epistemológico

Por Fernando Fernández Palacio, novelista e investigador.    

Cartagena de Indias, Colombia.    18 de marzo de 2018.                     

Hace algún tiempo compareció a mi Cuenta de Facebook un colorido y bien diseñado “aviso mensaje” cuyo contenido causó alteración a mis perniciosas interioridades: “El Doctorado No Quita Lo Tarado”, se dejaba leer en su punzante mensaje.

De inmediato activé mis racionales y sensorias alarmas llegando a suponer en primera instancia que su elaboración germinó fruto de una mente resentida o envidiosa, que al no contar con ese grado de escolaridad se dedicaba a desprestigiar a individuos o personas que con honestidad o sin ella habían adquirido ese magistral título: le puse punto final. No obstante, soy una persona incansable y muy dedicado a la indagación y la taxativa labor de la escritura; pero ese no era mi problema; así que por comodidad y evitándole esfuerzo innecesario a mi pensamiento acepté la fugaz solución suponiendo de inmediato que todo había terminado. No obstante, el aviso prosiguió circulando por las redes y la idea retornó con mayor fuerza tres o cuatro días después, y con insistencia prosiguió merodeando mis concavidades hasta posesionarse del todo y exigir certeras o apropiadas soluciones.  Evoqué que el magistral escritor y poeta Edgar Alàn Poe había escrito un cuento donde realizaba una crítica similar. Mi espíritu engendro efervescencia y no me quedó otra alternativa que afrontar el dilema.

Lo primero que hice fue esculcar en mis memorias el desenvolvimiento y comportamiento de algunos magísteres y doctores con los que había tenido la oportunidad de debatir  ideas. Algunos, como lo recomendaban Pròdico, Trasìmaco, Gorgias, Critias, Calicles, poseían un discurso tan enredado que ni transmitían conceptos ni concluían en nada; sus estudiantes les odiaban. La mayoría de ellos de Bogotá y Barranquilla, pues fue allí donde cursé mis postgrados y me he movido siempre. Para mi sorpresa, evidencié que quien elaboró el aviso no estaba tan desfasado. Casi todos los ministros doctores que llegaban de USA y hasta de Harvard terminaban siendo corruptos y hasta eminentes delincuentes cuando ocupaban ministerios o puestos públicos de elevado rango. Numerosos doctores conocidos o allegados que transitaron por el umbral de mis recuerdos no sólo vivían bien escondidos tras el título-diploma,  o con voces espesas e intimidantes se untaban de un quimérico y anodino orgullo, sino que a la hora de justificar su discurso omitían los requerimientos epistemológicos, hermenéuticos, lógicos, ontológicos y de praxis dialéctica que se requieren para denotar y salvaguardar de modo erudito ese eminente grado de escolaridad. Algunos de ellos merecían ser reprendidos como párvulos pues en sus habituales conversaciones hasta poseían el tan insustancial “discurso del carretillero”. No conforme con eso decidí ahondar más y entrar en contacto con otros magísteres y doctores, luego de establecer uno que otro parámetro y aplicar un pequeño muestreo.

Lo cierto fue que a medida que incursionaba en la temática otorgaba mayor razón al  diseñador de esa regia publicación. La fortaleza del magister es la investigación y la producción de conocimiento, pero la del doctor, además de eso, es la demostración y/o creación de un nuevo paradigma ayudado por la praxis dialéctica: Popper, Habermas, Eco, entre otros, así lo sustentan. Ahonde más mi indagación. Eran muchos los orgullosos diplomados que habían cursado estudios de maestría y doctorado no afines a sus pregrados, postgrados u especializaciones, y que tampoco lo hicieron acogiéndose a las exigencias de sus valores e intereses, sino que la mayoría lo habían hecho para elevar el ego o aumentar salario, y en general habían estudiado de acuerdo a la tan lesiva disponibilidad del mercado: hallé médicos, arquitectos y hasta químicos con doctorados en comunicación, antropología y educación.  Otros doctores, aparte de sufrir del sesgo anteriormente citado, entraron directamente al doctorado saltándose la maestría que es donde de verdad se enseña a conseguir conocimiento por medio de la epistemología, hermenéutica e investigación científica.

Desde luego, durante la travesía tratando de corroborar por la inducción positivista si lo transmitido en ese “aviso-mensaje” era cierto y se cumplía para todos, también tropecé con unos pocos doctores honestos; y ello, según la “Teoría Racionalista Critica de la Falsación Popperiana”, evitó que mi indagación se convirtiese en paradigma. Eso sí, la mayoría de esos doctores y otros investigadores honestos que tropecé eran amorosos, humildes, de discurso coherente y centrado, pero merodeaban apartados en los rincones de las instituciones, mendigando cargos, y viviendo la misma tragedia que vivieron Descartes, Comte, Spinoza, Schopenauer y otros grandes eminentes a quienes sus colegas calumniaron y desprestigiaron, y las universidades nunca les tuvieron en cuenta. Teoría de la Acción Comunicativa, Hermenéutica y Racionalidad; Textos y Contextos; y la Transformación de la Filosofía de Karl Apel eran sus libros de cabecera: y estaban en lo correcto, no concibo que un doctor, PHD, escriba sin conocer lo concebido y exhortado en esos  valiosos textos. También evidencié que eran doctores honestos porque me mostraron sus producciones donde no sólo se destacaba la calidad, hondura y contextualización del argumento sino la fluidez de la prosa fruto del “discurso filosófico” que el investigador honesto necesariamente debe manejar. Ellos no perdían el tiempo vanagloriándose ni viviendo de tonterías sino que como buenos sujetos epistemológicos, investigaban a fondo y conexamente para dejar sus ideas plasmadas en textos.

Por el contrario, el “Doctor Tarado” le tiene pavor a la investigación honesta y la escritura: no escribe. No se atreve a escribir ni plasmar sus ideas porque no sólo sabe que la escritura expone a la censura, perdura y no perdona, sino porque no ha leído a conciencia ni Textos y Contexto ni la tan útil Teoría de la Acción Comunicativa: sabe que de inmediato será valorado y juzgado por el entorno de honestos que aún sin títulos le rodean y saben criticar. Algunos “doctores tarados” indagados, además de ser ateos, sólo eran expertos en ampliar chismes, revolver agua y calumniar. Charlando con alguno de ellos de ellos podía palparse que nunca habían leído a fondo los tan necesarios criterios lógicos exigidos por la tan utilizada investigación descriptiva, ni al trajinado Bunge, a Juan Hessen, a Hume, a Kant, Hegel, Dilthey, Gadamer; ni mucho menos se habían mancomunado con las tesis del Círculo de Viena, Universidad de Padua, ni las de la tan necesaria Escuela Alemana de Frankfurt: Carnap, Popper, Habermas, Apel, Derrida, Eco, Wittgenstein, Khun entre otros, para ellos eran simplemente nombres de relleno.

Terminé aceptando que quien elaboró el “aviso-mensaje” que circulaba por Facebook le asistía la razón. La mayoría de “doctores tarados” no eran personas sino meros individuos. Y el título de doctorado, obtenido por el “doctor tarado”, era como un escudo utilizado por esos individuos para alejar intrusos, o esconderse o defenderse, y escalar posiciones. Quienes no poseían esos títulos, según ellos, no tenían derecho a pensar ni opinar en las reuniones. No obstante, la peor cualidad detectada y poseída por los entrevistados fue la prepotencia, la envidia, la capacidad de entorpecer proyectos de indagadores virtuosos, y la manera de cómo le huían a las tertulias acoderadas a discursos epistemológicos, lógicos, ontológicos u honestos. En sus espontaneas conversaciones, aparte centrase en cotidianidades triviales, “se jugueteaba al fútil al quita y pongo, o yo lo vi primero”: discurso de vendedores carretilleros, como se dice folclóricamente. Y las investigaciones que elaboraban estrictamente para subir su salario, se encausaban hacía el agua de maíz, la chicha de arroz, la viuda de pescado, la limonada en leche de coco, los cantantes de música folclórica y algunas danzas originarias de África.

Di por finalizada mi indagación, no sin antes estar totalmente de acuerdo en que aunque no concluyó en un paradigma, de verdad puede decirse que: “El doctorado no quita lo tarado”. Fin.

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