Creación literaria

El canistel y yo

Por Rolando González Báez

Era el último ser de su estirpe. Creció en un apartado conuco del sur de la Florida, en un área alejada y olvidada, donde pantanos y reptiles pululan sus peligrosas veredas. Una plaga alevosa y malévola había exterminado toda su raza.
Un día, de visita en la zona divisé el solitario árbol, que ya moribundo paría una fruta, como si fuera su última lágrima. Sentí una gran emoción al ver que aun existía un ejemplar de su especie. Tomé el canistel y lo traté como un tesoro e ingerí su dulce masa amarilla. Era como degustar el mismo cielo.
Aquella semilla, más que semilla, fue una esperanza. La sembré en el mejor sitio de mi querido patio. Cuidé aquella postura como se cuida un hijo. La regaba y le rezaba. Muchas noches hasta soñaba con ella, pues no era un simple árbol ni una simple fruta tropical. Era el fin de una especie, era hasta
cierto punto un poco el fin de nosotros mismos.
Una mañana de primavera el milagro se hizo verbo: prendió y creció.
Hoy somos felices mi árbol y yo.