Columnas Primera Plana

El desarraigo como forma literaria

EL DESARRAIGO COMO FORMA LITERARIA
Escribir desde el exilio nos lleva a otra mirada

 

 

Eso que llaman el amor es el exilio,
con una postal del país de vez en cuando
Samuel Beckett

La inutilidad del exilio y, de modo simultáneo,
la imposibilidad del retorno
Juan Goytisolo

 

Por Fermina Ponce
(Bogotá, Colombia, 1972)

Hace unos meses tuve en mis manos el artículo de Fernando Olszanski Del desarraigo al arraigo, la construcción de una identidad literaria[1], y llevo tiempo pensando en hablar del texto desde la mirada del poeta.

Según el escritor Olszanski, (…) La literatura del desarraigo es la literatura en español en los Estados Unidos que habla de la experiencia de vivir en este país. Pero no la llamamos literatura del desarraigo porque el autor llora su pena inmigrante por los renglones de un papel, sino porque el desarraigo, esa crisis de identidad que se genera a partir de una falta emocional, ayuda, inconscientemente o no, a fortalecer el vínculo con las dos tierras, la que se dejó, y aquella que nos ha recibido, para bien o para mal, pero que en el ahora nos acoge, nos brinda trabajo y una esperanza que antes nos faltaba…”.[2]

Pero ¿quiénes son los inmigrantes?  Son los que (…) Al ir, van llorando, /llevando la semilla; /y al volver, vuelven cantando, /trayendo sus gavillas”.  [3] Neruda decía que el hombre debía vivir en su propio país, de lo contrario su espíritu se vería atrofiado por el desarraigo.

Quiero pensar en la llegada a este nuevo suelo, a la aceptación o no. No sé hasta dónde va el dolor del inmigrante de dejar sus costumbres, sus comidas, el olor de su tierra, la mirada de la inocencia y la esperanza de la adultez. Ese dolor se mezcla con el sueño, la esperanza de un comenzar que a veces se cumple y a veces no.

El valor poético del caminar del inmigrante es enorme, se expande y se mezcla con las humillaciones, con el olvido del hambre al imaginar el encuentro de lo prometido. No importa si el inmigrante viene solo, en grupo, con amigos, con familia, su búsqueda siempre será la casa, el hogar.

En el tiempo que ha pasado fuera de la casa con sus experiencias y aprendizajes, se ha realizado la consecución de lo prometido (el arraigo), la felicidad del éxito obtenido, unas veces total, otras a medias; el deseo de expresarse desde un canto que se sorprende en su corazón para ser narrador-poeta, porque su mente se convierte en un salón de besos, de abrazos, de nombres queridos como música; en un cómo contarlo, cómo decirlo, qué tanto mostrar, qué tanto compartir, en un rito, en la anticipación del encuentro.

Exilio[4]

Detén los relojes,
quita los espejos.
Cubre todos los muebles con sábanas blancas.
Abandona la idea del hogar
protegiéndola del polvo
que baila en el haz de sol
desde la infancia.
Congela las luces de la casa
y pon todo el sonido dentro del silencio.
Envuelve los brindis en papel de burbujas.
Guarda el vino dentro de una boca seca.
Para de respirar, por un instante.
Conviértete en un objeto que pueda recordarse.
Pacta con todo movimiento y para.
El ayer fue bueno contigo,
un arrebato lleno de prestancia.
Envuelve la quietud de la música de entonces.
Ya amanece.

 

¿Cómo se pasa del desarraigo al arraigo?, con base en lo que Olszanski plantea, hay tres etapas creativas que atraviesa el escritor inmigrante. Él/Ella escribe desde la tierra que lo parió, desde el lugar del exilio y el proceso creativo se convierte en el origen, (…) Digamos que se escribe con un pie aún en aquel lugar que se vislumbra en la nebulosa…”[5]. Posteriormente, llega la fascinación, la mezcla de lo que quedo atrás con lo nuevo, con eso que considerábamos el destino. Se generan textos de añoranza, de lo sorprendente, también. Por último, llega el tan anhelado arraigo, ese proceso en el cual se acepta el suelo de la nueva tierra, de la nueva realidad y se escribe como una persona adaptada al modus operandi de Estados Unidos. Se vive y escribe de lo simple, lo cotidiano, lo sencillo, el día a día. (…) En esta etapa es cuando uno empieza a construir el arraigo, uno acepta que la nueva cultura ha afectado a la vieja, y la vieja a la nueva. El individuo se ha convertido en un ser transnacional, ya deja de ser solo de su país de origen, y adquiere una personalidad latinoamericana, con rasgos de lo norteamericano…”.[6]

Cuando pienso en la poesía y el poema, se me viene a la cabeza la unión de la historia con la palabra hecha realidad. Quiero pensar en que el poema tiene un arcoíris y quien lo nombra tiene la absoluta capacidad de quitarle el color o de darle otros matices. T.S. Eliot decía que el hombre no le temía a la muerte sino a que no se notara su ausencia después de partir el no dejar huella. El poema es la huella, es el sustantivo, es la palabra.

Los temas de la poesía son la muerte, el dolor, la rosa (naturaleza), el amor y el tiempo. Quiero pensar que las fronteras, llenas de inmigrantes cargados de sus congojas, desde la necesidad que obliga a inmigrar hasta la decisión de soltar el pasado y buscar un nuevo presente son las raíces de lo que ahora es una literatura rica. Es el exilio que nos lleva a otras formas de ver y pensar.

 

Penélope: La barcarola[7] 

Se despierta enemiga y descubre
que es necesario el viaje, la partida.

Atrás quedará Ítaca.
Atrás quedarán Ulises y Tiresias.

Ella partirá con Telémaco y con otras diez mujeres
que dejan a Ulises negros, Ulises blancos
bronceados Ulises soñando con sus Circes
con lechos compartidos
con monstruos
con sirenas y serpientes.
Amiga de sí misma, se despierta enemiga.
Reflejo de otras diez mujeres.

Y se va.

Se va una barca preñada de tejidos
Y de senos
que alimentan.

Hay una línea muy delgada entre esas palabras que nos llevan a esta reflexión: poesía y exilio. El poeta debe exiliarse de si mismo para poder crear, para poder interpelarse en lo íntimo, en esencia del ser y cuando esto se suma a la condición de exiliado, voluntario o no, las fases de creación se multiplican y crean varias capas de lectura que se cierran en ese increíble momento sublime del nacimiento del poema.

Sabemos que la poesía cura, que la poesía abre puertas a lo emocional, en definitiva une algo que parece inconcebible, el desarraigo y el arraigo y el poeta se vuelve uno con el todo. Crear poesía desde estados Unidos ayuda a quitarnos las esquirlas de la nostalgia, pero también a modelar en nuestros pechos esa nueva condición de ser transnacional, de pertenecer a más de una cultura, a darnos permiso a respirar en los mil y un ambientes que nos regala la poesía.

 

[1] Del desarraigo al arraigo, la construcción de una identidad literaria. https://critica.cl/literatura/del-desarraigo-al-arraigo-la-construccion-de-una-identidad-literaria

[2] Del desarraigo al arraigo, la construcción de una identidad literaria. https://critica.cl/literatura/del-desarraigo-al-arraigo-la-construccion-de-una-identidad-literaria

[3] Salmo 126, 6.

[4] Exilio de Álvaro Hernando Freile. Del libro Mar de Varna. Editorial Baile del Sol, 2021.

[5] https://critica.cl/literatura/del-desarraigo-al-arraigo-la-construccion-de-una-identidad-literaria

[6] https://critica.cl/literatura/del-desarraigo-al-arraigo-la-construccion-de-una-identidad-literaria

[7] Penélope: La barcarola de Juana Iris Goergen. Antología Los otros exilios. Pupila editorial y Salta{pa}tras ediciones, 2021