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El valor de buscar la verdad

 

Por Gustavo Abel Di Crocce

En la literatura nos valemos muchas veces de datos e informaciones, tanto a la hora de investigar para una narrativa como de formar un núcleo de pensamiento que se hará poesía a través de nuestros canales emocionales. Lo que antes era mediado por las publicaciones periodísticas, académicas o literarias, hoy lo sigue siendo, pero con nuevas perspectivas de abordaje y con el aditamento del acceso a millones de fuentes a través de internet. Bien vale la pena dedicar algunos minutos a reflexionar acerca de las transformaciones que la generación de datos e informaciones de los que nos hemos de valer, han venido sufriendo en las últimas décadas.

Platón (Atenas o Egina,​ 427-347 a. C.)

Lo que ha permanecido invariable con el tránsito del tiempo, es la búsqueda del valor de la verdad. Podemos remontarnos al concepto de Platón, para quien la verdad permanecía prácticamente inasequible en la órbita de lo inteligible, es decir en el mundo de las ideas. Para este filósofo, todo lo del mundo sensible o inferior, se remitía a representaciones iluminadas por vestigios de la verdad. Discípulo de Sócrates, sostenía que el mundo subterráneo de las opiniones mediadas por los sensible era sencillamente falso. Aristóteles, en cambio, atribuía a la verdad encontrarse justamente en el mundo de lo perceptible, como realidades particulares de cada individuo. Toda idea posterior, nace en definitiva, de estos dos pensadores de la antigüedad. Acudamos a un pequeño ejemplo que nos brinda la epistemología, cuándo aseguramos que “la nieve es blanca”. Nos encontramos frente a una construcción verdadera, pero sólo siempre y cuando quien escucha la expresión, sepa lo que es “la nieve”, la haya percibido previamente generando un nexo conceptual, además de entender que la visión puede no detectar alguno de los tres colores primarios, en cuyo caso la calidad de “blanco” adquirirá distinta dimensión, debido a que los objetos que ostentan dicha característica, son los que reflejan todos los colores. Utilizando el concepto de “color primario”, tomemos en cuenta la variación que la definición de los mismos ha sufrido, fundamentalmente con el advenimiento de las nuevas tecnologías asociadas a la utilización de pantallas. Décadas atrás, nadie dudaba en referirse a tales colores como el azul, amarillo y rojo. Hoy en día sabemos que los colores que son capaces de distinguir nuestras terminales ópticas, son el azul, verde y rojo. Por eso las pantallas se nutren de puntos luminosos de dichos colores. Ahora bien, ¿cuál será la expresión “verdadera” para referirse al color primario en disputa? ¿el verde o el amarillo’? La respuesta es sencilla y dependerá de la disciplina dentro de la que nos estemos moviendo. Pero el único sentido de presentar este ejemplo, es el de mostrar que, por un lado, las verdades suelen no ser inmutables con el paso del tiempo, y por el otro, que la percepción que cada uno tiene de la realidad también juega un rol determinante.

Aristóteles (Estagira, 384 a. C.-Calcis, 322 a. C.)

Si convenimos previamente con nuestros lectores que los textos que les presentamos obedecen a creaciones literarias de mundos fantásticos o del campo de la ficción especulativa, será suficiente con dotar a dicha narrativa de características de verosimilitud, que difieren de la verdad y la certeza. Aún así, debemos tener íntimamente presente la característica verdadera que estamos alterando. Por ejemplo si en nuestro mundo literario creamos un perro con siete patas, tendremos necesariamente que conocer cuál es la realidad de la especie canina, para poder así tergiversarla a nuestro gusto pero a sabiendas de qué verdad estamos partiendo.

Mayor atención deberemos prestar en cambio, si nuestra narrativa pretende el abordaje de hechos históricos, aún cuando toquen tangencialmente nuestros relatos. De igual modo observaremos en este caso la concordancia con diversas disciplinas de las ciencias naturales y sociales. Resulta fundamental esta precaución, ya que con nuestra obra estaremos llegando a lectores que bien pueden tener conocimiento acerca de los escenarios, personajes o sociedades que aludimos, o bien no tenerlo, en cuyo caso nuestra responsabilidad es todavía mayor puesto que estaremos suscitándole opinión con la información incluida en el texto, por más que la trama central sea mera ficción. De ahí que nuestro esfuerzo por encontrar entre las múltiples fuentes disponibles la más cercana a la verdad, deba constituirse en un fin en sí mismo a la hora de revisar aquello que estamos a punto de poner en circulación.

Si consideramos la etimología de los términos que en distintas lenguas se traducen por “verdad”, nos llevaremos varias sorpresas ya que en muchos casos incorporan cuestiones axiológica tales como un nexo con la honestidad y la fidelidad, y otras se relaciona con las concordancias o la revelación. Por eso suele ser tan difícil asegurar que algo es verdadero, pues también existen dispares formas de denominar de qué hablamos cuando aseveramos que algo constituye una verdad. El escritor y pensador Umberto Eco pareciera buscar una conjunción entre las escuelas platónica y aristotélica al sentenciar que “la verdad es ser y parecer”, con lo cual le atribuye un aspecto inmanente y otro dado a lo sensorial, lo perceptivo. Es por esto que entre las diatribas formuladas por el abordaje subjetivo u  objetivo de alguna temática, encontraremos el primer escollo, pero no el único como veremos a continuación.

El periodista y político británico Charles Scott acuñó la frase: “Los hechos son sagrados, las opiniones libres“. Sin embargo el tiempo ha pasado desde entonces y la facilitación de la difusión de las opiniones a través de Internet, fundamentalmente en el ámbito de las redes sociales, ha derivado en lo que definimos como “pos verdad”, dentro de cuyo sistema se invierte la expresión en favor de brindar sacralidad a opiniones viralizadas frente a hechos reales que quedan desvirtuados. Más aún, al decir del ya citado Umberto Eco, “se puede mentir mucho diciendo la verdad“. Es por eso que a la hora de constatar la veracidad de algún dato al que tenemos acceso, nos espera una tarea que requerirá cierta metodología y análisis crítico.

Deberemos en primer lugar conocer y, de ser necesario, sondear en el perfil del autor del texto informativo en el cual nos estemos basando. No siempre los algoritmos de los motores de búsqueda nos proporcionan los autores más calificados entre los primeros resultados. Una vez dentro del texto del cual nos nutriremos, tendremos que asegurarnos de despojarlo de las adjetivaciones que pueda contener, puesto que las mismas inducen innecesariamente a formar una opinión. Este será el momento también para tratar de detectar contenidos vinculados a lo emocional, alertados de que dicho tipo de recurso es el qué con mayor asiduidad sustenta la creación de noticias falsas conocida popularmente como “Fake News“. De hecho ha crecido a tal punto la existencia y la divulgación viral de tales artículos, que han nacido numerosos organismos cuyo objetivo es el de chequear la veracidad de lo publicado. Resultará importante en caso de dudas, buscar acceder a fuentes alternativas y compararlas o, mejor aún, acudir al análisis de tales organizaciones.

Otro punto importante a tener en cuenta cuando utilizamos fuentes para incorporar datos a nuestros relatos o fundar opinión frente a la poesía, es el de realizar un análisis contextual de la publicación que estamos consultando. Con la aceleración que en los últimos tiempos se han dinamizado los avances de las distintas disciplinas científicas, resulta probable encontrarnos con datos contrapuestos según el momento en el que fuera escrito el artículo en cuestión, las condiciones sociales y culturales del ámbito del autor y hasta las transformaciones que desde allí hasta la actualidad pueda haber tenido la temática abordada.

La potencialidad de Internet para masificar informaciones no certeras, muchas veces las torna difícil de desenmascarar. Un poema referido a la amistad, la divulgación en las redes lo ha atribuido a Jorge Luis Borges, aún cuando nunca apareciera en sus escritos. Tal fue la penetración de esta especie, incluso en ámbitos académicos, que en cierta ocasión un primer ministro de visita en Buenos Aires, citó dicho poema elogiando la autoría de Borges, ante un auditorio diverso. Allí se encontraban varios estudiosos del laureado escritor y su obra, quienes se escandalizaron visiblemente ante tamaña mendacidad.

He tenido la oportunidad de entrevistar a distintos escritores, muchos de los cuales comentaron la ardua tarea de investigación que les demandó alguna de sus obras. Recuerdo por caso al escritor colombiano, Marco Robayo, revelando las incansables conversaciones que debió mantener con un profesional de la medicina, con el objetivo de conocer, hasta en los mínimos detalles, las dosis de medicamentos anestésicos, para incorporarlo como dato a una de sus novelas. Me trajo a la memoria la popular escritora Agatha Christie, quien gracias a sus conocimientos médicos, sabía qué dosis de talio administrar a sus personajes para lograr un envenenamiento. Como hecho anecdótico, al menos dos personas salvaron sus vidas gracias a los síntomas descritos en la novela de la autora británica. Quien encara el trabajo de buscar en numerosas fuentes la información que se acerque a la verdad sobre algún hecho que forma parte de su obra literaria, sabe muy bien que los réditos en verosimilitud de la misma están garantizados. Sin pretender caer en la autorreferencia, pero a fin de suministrar un ejemplo concreto, para una de mis novelas debí acceder a varias fuentes impresas y audiovisuales sobre historia y costumbres nórdicas de hace un milenio, para ilustrar tan sólo un capítulo de la obra. Para elaborar un párrafo de otro capítulo, recurrí a dos libros de neurociencia en la búsqueda de conceptos ajustados a la realidad. Acudí a un voluminoso compendio de  física especializada en la teoría de las super cuerdas, para incorporar una pequeña mención que versaba sobre dicha hipótesis de la física moderna. Nuestras propias limitaciones, las de la ciencia y la cultura actuales, nos permiten sólo acercarnos a “la verdad” sin garantizar la certeza de que la imagen que encontremos responda acabadamente a tal pretensión. Sin embargo el poner en práctica metodologías que tamicen las fuentes como lo hemos referido, fortalecen las posibilidades de encontrarnos en el camino correcto para beneficio de nuestra obra y fundamentalmente del lector. Encontrar una verdad para asimilarla y comunicarla, bien vale nuestro tiempo

 

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