Columnas

Umberto Eco y la necesidad del hombre de crear signos

Por Pilar Vélez

Un acercamiento a la semiótica y a la sociedad signada.

Este 19 de febrero se cumplen tres años del fallecimiento de uno de los intelectuales más reconocidos del siglo, el escritor italiano Umberto Eco, quien además era filósofo, semiólogo, crítico y comunicólogo. Quizás usted, al igual que yo, supo de su existencia a través de las novelas El nombre de la rosa, El cementerio de Praga o El péndulo de Foucault, por citar algunas de las más populares. Lo cierto es que la gran mayoría de los lectores lo conoce por su obra narrativa, pero desconocen la gran bibliografía que heredó a la humanidad en asuntos en los que no muchos estudiosos quieren incursionar, entre ellos el universo de la semiótica. Y no es de culpar, pues hace falta genialidad y hasta un poco de locura para salir ileso de los debates filosóficos y visionarios que a él tanto le apasionaron.

No es difícil imaginar que un personaje como Umberto Eco, con su sapiencia y su experiencia como filósofo, quisiera contestar muchas de sus propias preguntas en torno a la herramienta de su diario vivir: el lenguaje, el pensamiento y más allá: el universo de los signos. Es por esta razón que al hablar de Eco, es indispensable navegar en su mundo y desprenderse un poco de su trabajo narrativo para resaltar los aportes que hizo desde la semiótica.

Entre signos.

Portada libro Signo

En su libro titulado Signo, Eco nos presenta a un personaje ficticio llamado Sigma. Un italiano que está de visita en París y sufre de un dolor en el vientre y tiene que enfrentarse a un sinnúmero de barreras (signos) para poder recibir la atención médica que necesita. En su ilustración, el personaje comienza por identificar su dolor y asignarle un nombre en su idioma. Luego, cuando por fin puede decodificar su entorno y llegar hasta el galeno, tiene la tarea de hacerse entender y explicarle qué es lo que siente y dónde. Ambos, el galeno y el paciente, manejan un sistema de signos, y es vital que se interprete el cuadro sintomático del paciente para atender esta emergencia. El relato, que de ficticio no tiene nada, revela el nivel de codificación de signos en el que vivimos y el papel del signo en la sociedad actual, independiente de que se trate de la vida en áreas urbanas o rurales. Indistintamente, se percibe en la obra de Eco, ese llamado a ser consciente del poder de los signos y la necesidad que tiene el hombre actual de analizar la vida ante una realidad «signada» que se acepta de forma automática.

¿Cómo fue que evolucionó nuestro lenguaje hasta convertirse en un multi-sistema de signos tan complejo? Es indudable que la humanidad ha avanzado en muchísimas áreas pero, en cuanto al conocimiento del origen y la evolución del lenguaje, existen todavía grandes misterios por descubrir y, a lo mejor, por la falta de evidencias, nunca sabremos cómo pudimos pasar de la vocalización animal a la sofisticación del lenguaje humano. Este asunto ocupa a varias disciplinas, entre ellas: la antropología, la psicología, las ciencias cognitivas, la genética y especialmente a la lingüística, ciencia que estudia el lenguaje humano. Lo que sí sabemos es que el lenguaje está conformado por un sistema de signos y sonidos, los cuales utilizamos para comunicarnos y que, visto de una manera técnica, reconocemos en él tres dimensiones: la forma, la cual comprende la fonología, la morfología y la sintaxis. El contenido o semántica, que estudia el significado de las palabras, y el uso o la pragmática.1

El tema del origen de las diferentes lenguas humanas, que según los especialistas pueden oscilar entre 4,000 y 5,000 variedades lingüísticas,2 llegó a tal nivel de debate, contradicción y enfrascamiento, que en 1886 la Sociedad Lingüística de  París  dio  por  cerrado  el  asunto  y así permaneció por casi cien años hasta que en el siglo XX volvió a ser analizado profusamente ante los aportes y avances en el campo de la genética, la psicología evolutiva, la antropología y la lingüística histórica —disciplina, que se ocupa de desentrañar el enigma a través de la reconstrucción abstracta de la lengua de origen de un grupo, familia o ramas de lenguas, lo que se ha definido como protolengua—. Sin embargo, llegar a este nivel de recorrido inverso desde el lenguaje actual hasta descifrar el lenguaje Adámico, el de Adán en el jardín del Edén, es un mito, pues se presume que no hay forma posible de llegar a conocer ese primer lenguaje de la especie humana.

Este universo, del cual solo he extraído unas pinceladas y que me ha llevado a desempolvar el diccionario, cautivó a Umberto Eco, quien recorrió su propio camino para aportar su luz, especialmente desde la perspectiva de la semiótica y la filosofía. En un intento por conocer generalidades sobre el vasto pensamiento y su obra, es necesario ahondar en algunas descripciones, saber el significado de cada palabra para armar una frase y poder interpretar un concepto. Lo que en sus palabras sería: crear los signos, los objetos, e interpretarlos. En este caso, partamos de las definiciones de semiología y semiótica para poder conocer el pensamiento de Eco sobre este universo, a todas luces virgen todavía.

Semiótica.

A grandes rasgos, diríamos que la semiótica abarca el estudio del signo en general; su precursor fue el estadounidense Charles S. Peirce (1839-1914), conocido como el fundador del pragmatismo y el padre de la semiótica moderna. Mientras Ferdinand de Saussure, a quien se le conoce como padre de la lingüística estructural del siglo XX, se refería al signo lingüístico, tomando como punto de partida a la lingüística; Peirce parte de la semiótica y es a través de ella que «intenta analizar las nociones básicas de lógica, de la filosofía, de la física o de la religión precisamente para fundamentarles a la vez que se fundamenta a sí misma».3

Ambos filósofos, Peirce y Saussure, coincidieron en que no hay pensamiento sin signos. Empero, una de las diferencias fundamentales entre las dos corrientes es su formulación: Mientras para Peirce, el signo es una entidad que tiene tres componentes4 (concepción tríadica del signo): un objeto (aquello por lo que está el signo, aquello que representa), un signo y un intérprete; para Saussure, el signo es la asociación más importante en la comunicación humana y está formado dos componentes: un significante (una imagen acústica) y un significado, que es la idea principal que tenemos en la mente respecto a cualquier palabra.

En su interesante teoría, Peirce indicó que «las palabras, los signos, no son solo lo que está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es lo que al conocerlo nos hace conocer algo más» (CP, 8.332, 1904). La función representativa del signo o representamen, nombre técnico empleado por Peirce, no radica en su conexión material con el objeto ni en que sea una imagen del objeto, sino en que sea considerado como «tal signo» por un pensamiento. La semiosis ocurre en la mente del intérprete, al momento en que percibe el signo y concluye con la presencia en su mente del objeto del signo (la acción del signo), en la que se articulan los tres elementos: un objeto, un signo y un intérprete. En otras palabras, este es el proceso que ocurre cuando se escucha una palabra, se dialoga con una persona o cuando se lee un libro. Y refiriéndonos a este elemento vital, el libro, me pregunto: ¿Están todos los signos creados en la mente de nuestros lectores? ¿Qué sucede con la lectura, por ejemplo, si el lector no reconoce esos signos? ¿Estamos creando signos en la literatura contemporánea? ¿Se podría decir que en literatura (y en el arte en general), la innovación corresponde al acto de crear nuevos signos?

Mientras algunos animales pueden comprender ciertos signos, no sucede igual con los símbolos, los cuales tienen un significado más amplio y menos concreto. Los símbolos son clasificables por sus características y fáciles de reconocer, poseen elementos visuales que difieren del entorno natural. Su significado depende de lo que se les asigna y su valor depende de su capacidad para ser reconocidos por la mente de las personas. Los símbolos son convencionalmente aceptados por un grupo o comunidad, según el contexto. Existen símbolos religiosos, nacionales, químicos, etc. Una bandera, por ejemplo, es el símbolo de una nación y representa el concepto cultural e histórico de las personas de ese territorio. Una bandera sirve para unificar, demarcar, identificar, crear una historia y una conducta colectiva.

Los jeroglíficos egipcios, escritura que no se basaba en valores fonéticos o alfabéticos, o los pictogramas mayas, indican que muchos de los lenguajes de las culturas antiguas eran básicamente visuales o ideográficos, al menos en parte. Y es que el poder visual es imperante en la cultura: ¿Quién, en el planeta tierra, no identifica el símbolo de la Coca- Cola y lo asocia de inmediato con una botella curvilínea que contiene un líquido oscuro y burbujeante que calma la sed? Es tan fuerte el símbolo, que somos capaces hasta de salivar al percibirlo. Y no hablemos de los slogans… El principio básico es el mismo y no solo corresponde a marcas comerciales, que desde el ámbito del derecho comercial, se refiere a «Signos Distintivos»: marcas, nombres comerciales, lemas comerciales, rótulos de establecimientos y emblemas comerciales. Una marca es «todo signo o combinación de signos, que sirva para distinguir productos o servicios de sus similares en el mercado». 5 En la sociedad actual, se reconoce a las personas como marcas. Otro aspecto que valdría un ensayo introspectivo, pues nos lleva a otra pregunta: Si la sociedad me ve como una marca, ¿Qué marca soy? ¿Cuáles son los signos y símbolos que represento? ¿Son míos  o los emulé de algo o de alguien? ¿Son     reales? ¿Para qué me sirven? ¿Me puedo deshacer de ellos y construir otros?

Los signos son  vehículos de significado, instrumentos capaces de crear una cultura exteriorizando y plasmando al hombre y su realidad. Señalan, especifican  un  cometido o una  circunstancia, portan un significado en relación a algo determinado. Los signos contienen información y son percibidos a través de los sentidos; por ejemplo: las palabras habladas o escritas, pictogramas y sonidos, como el de una ambulancia, un trueno, o una alarma de incendio. Vivimos entre signos, símbolos, como bien lo enseña el libro Apocalípticos e Integrados, donde Umberto Eco habla de la semiótica y la cultura y la comunicación de masas. En dicho libro, el autor aborda el tema de la cultura de masas e indica que esta es la anticultura y un signo de derrumbamiento, de apocalipsis. A la par, dice, existe otro grupo «el integrado», que acepta ese flujo normal de comunicación y asimila la «cultura popular» sin hacerse ningún planteamiento, simplemente consume y actúa. Temas que de por sí, son materia para discutir y elaborar otros ensayos por las distintas perspectivas que podemos plantearnos.

Eco y la sociedad signada

Siguiendo con nuestro asunto y para no perdernos en las ramas    sin   entender las          raíces   filosóficas, es importante señalar que para Peirce todo lo que existe es signo, y un signo da lugar a otro en un proceso ilimitado. «Un

signo tiene la capacidad de ser representado, de mediar y llevar ante la mente una idea, y en ese sentido la semiótica es el estudio del más universal de los fenómenos y no se limita a un mero estudio y clasificación de los signos. También nuestros pensamientos son signos y por eso la lógica en sentido amplio no es “sino otro nombre para la semiótica, la cuasi-necesaria o formal doctrina de los signos”». [CP 2.227, c.1897].6

El dilema escaló en la mente de Eco, quien llegó a preguntarse «si son los signos los que nos permiten vivir en sociedad o si la sociedad en que vivimos no es otra cosa que un complejo sistema de signos». 7 Para Umberto Eco, quien admite estar de acuerdo con la teoría de Peirce, la semiótica no era una disciplina, sino más bien una escuela y una forma de filosofía, según lo manifestó en una entrevista concedida a The Harvard Review of Philosofy. En esta entrevista, Eco precisa que la semiótica es «una red interdisciplinaria que estudia los seres humanos tanto como ellos producen signos, y no únicamente los verbales».8

Cabe anotar que  Eco  fue el cofundador de la Asociación Internacional de Semiótica (1969) y creador de Escuela Superior de Estudios Humanísticos (2001). En una de sus citas más celebres, refiriéndose a este campo, Eco nos dice que «la semiótica es, en principio, la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir». Una frase que nos lleva a reflexionar sobre los signos que hemos creado y lo que verdaderamente representan.

Eco estaba convencido de que «para comprender mejor muchos de los problemas que aún nos preocupan, es necesario volver a analizar los contextos en que determinadas categorías surgieron por primera vez». Y es que uno de los mayores problemas de la sociedad reside en las falencias de la comunicación y en que desconocemos la raíz verdadera de muchos acontecimientos que fraguan los modos de pensar y de actuar. Es claro que el hombre reconoce la necesidad de saber el origen para entender y/o proyectarse hacia el futuro. Entender el qué, cómo, cuándo, dónde y por qué «del origen de las cosas» del ser y de lo que existe, atañe a todas las ciencias y lo mismo sucede en cuanto al lenguaje con el que nos comunicamos y la historia que conocemos o desconocemos.

Eco dominó su área de estudio y abordó temas tan complejos como la necesidad del habla, los lenguajes que hablamos y por qué los hablamos, el grado de certidumbre de lo que hablamos, sus ambigüedades, su origen, su contenido o su vacío, antepuso lo que él consideraba una filosofía verbal para analizar cada clase de producción de signos y la interpretación, las mentiras y el abuso del lenguaje, entre otros muchos planteamientos que están plasmados en una copiosa bibliografía. Este legado merece, por lo menos, ser explorado por quienes trabajamos con signos; es decir, con las palabras, pues como diría Eco: la clase no ha terminado y la tarea para los escritores es fortalecer el ejercicio creativo.

El buscar esa raíz, la precisión en el uso del lenguaje, es o de los gajes del oficio de escribir. ¿Por qué usar un signo o palabra, y no otro? ¿Tendrá ese signo o palabra el efecto que deseamos en la mente del lector? ¿Usando la palabra incorrecta, estaremos desviando el pensamiento  y   alterando   el  concepto?

¿Somos efectivos cuando asignamos un título a nuestros libros? ¿Los vemos como una marca? ¿Somos conscientes del proceso infinito / la semiosis infinita cuando escribimos? ¿Aportamos o enriquecemos conceptos en nuestro proceso creativo? Ciertamente, el escritor y el lector sufren la semiosis, el proceso del signo al interactuar con la escritura y la lectura. Para ir un poco más allá, y pensando en su libro Apocalípticos e Integrados, ¿Escribimos para una cultura de masas? O pensamos como Heráclito, cuando dijo: «¿Por qué queréis arrastrarme a todas partes oh ignorantes? Yo no he escrito para vosotros, sino para quien pueda comprenderme. Para mi uno vale por cien mil, y nada la multitud».

Como bien sostenía Eco, en su novela El nombre de la rosa: «El bien de un libro consiste en ser leído. Un libro está hecho de signos que hablan de otros signos que, a su vez, hablan de las cosas. Sin unos ojos que lo lean, un libro contiene signos que no producen conceptos. Y por lo tanto, es mudo». Cita en la que esboza, de una manera simple, el vasto universo de la semiótica y que pone de manifiesto la necesidad del hombre de crear signos (y lo que ellos representan para la cultura y la humanidad), la función del libro en este contexto y la necesidad de que ocurra una interacción mediante el ejercicio de la lectura para dar vida al proceso de generación de pensamiento y se genere valor (bien) a partir del uso del objeto creado. Principios que son tratados a profundidad por varias ciencias, pero que vistos de esta manera práctica y en cadena como él los plantea, nos llevan a concluir y a reiterar que el verdadero valor de nuestros libros ocurre cuando estos son leídos, pues es en ese momento que cumplen con su cometido: se da el reconocimiento de los signos plasmados, su interpretación y por consiguiente, la formulación de conceptos. Bien vale entonces el esfuerzo que hacemos algunos escritores, cuando nos enfocamos además de la escritura, en la difusión de las obras para no escribir libros llenos de signos, pero mudos.

La obra de Umberto Eco es un océano de profundidades filosóficas y abrazantes olas literarias, en las que él, cómo autor, logró una identidad incuestionable, que quizás entre otros factores, se debe a que llevó problemas filosóficos a la narrativa, aunque a veces no fuera su intención en el momento de iniciar una obra. Como él lo expuso, durante la entrevista mencionada anteriormente, al referirse a la psicología de la creación literaria y al rol de la literatura en el debate filosófico. En sus respuestas indicó que muchos filósofos escriben novelas para plantear problemas filosóficos, igual que lo hicieron los filósofos griegos con el uso del mito. En su caso, Eco sentía que escribir una novela era una extensión de su disertación, poner en escena y abrir las posibilidades a muchos desenlaces o posibilidades, una metáfora filosófica, en la que no daba respuestas, sino más bien dejaba las preguntas al lector.

«El narrador no  debe  facilitar  interpretaciones  de  su  obra,  si  no,  ¿para  qué  habría  escrito  una novela, que es una máquina de generar interpretaciones?»

Umberto Eco

La obra publicada de Umberto Eco es muy amplia, sobre todo lo referente a sus ensayos sobre semiótica, lingüística y moralidad, entre los que sobresalen: Obra abierta (1962), Diario mínimo (1963), Apocalípticos e integrados (1965), La estructura ausente (1968), Il costume di casa (1973), La forma y el contenido (1971), El signo (1973), Tratado de semiótica general (1975), El súper-hombre de masas (1976), Desde la periferia al imperio (1977), Lector in fabula (1979), Semiótica y filosofía del lenguaje (1984), Los límites de la interpretación (1990), Seis paseos por los bosques narrativos (1990), La búsqueda de la lengua perfecta (1994), Kant y el ornitorrinco (1997) y Cinco escritos morales (1998). En cuanto a su obra narrativa, publicó las siguientes novelas: El nombre de la rosa (Il nome della rosa, 1980), El péndulo de Foucault (Il pendolo di Foucault, 1988), La isla del día de antes (L’isola del giorno prima, 1994), Baudolino (Baudolino, 2000), La misteriosa llama de la Reina Loana (La misteriosa fiamma della regina Loana, 2004), El cementerio de Praga (Il cimitero di Praga, 2010) y Número cero (Numero zero, 2015).9 El escritor falleció en Milán, la noche del 19 de febrero de 2016, a la edad de 84 años, víctima del cáncer.

Puede encontrar información detallada sobre su vida y obra en: http://www.umbertoeco.com/en/


Imagen Iconografía El Aprendiz
En lo que no vemos se resume el universo. En lo que vemos se oculta la verdad. La trama revela y oculta, el telar guarda las historias de todos los seres. (Interpretación Shamánica del símbolo, en el territorio cultural Pasto)
Datos del símbolo: Área Cultural: Pasto. Filiación: Tuza o Cuasmal. Datación: 1250 d.C- 1532 d.C.
Fuente: Archivo bibliográfico. Museo Etnoshistórico de Artesanías del Ecuador Mindalae. Fundación Sinchi Sacha. Créditos: Proyecto “Artesanías de los pueblos Ancestrales en la Mitad del Mundo: Ecuador”

Notas