Creación literaria

Un cuento en Navidad

Por Dallan Ruiz Prada, LaRuPra

Y allí estaba él, sentado frente a la chimenea, abrazado por su  calor acogedor y la tenue luz amarilla. Lo acompañaba la melodía de un suave jazz que se perdía con el olor a pino de la biblioteca. A su lado izquierdo, apoyado en la silla de cuero, estaba su bastón, infaltable. A sus pies descansaba su viejo perro, compañero de aventuras y, a su lado derecho, sobre una pequeña mesa redonda de madera, reposaba una pila de cartas llenas de confesiones y deseos.

Querido Papá Noel: este año me porte muy bien en la casa por eso te pido un PS4… Querido Santa: tuve buenas notas en el colegio, quiero la barbie con vestido de novia… Querido San Nicolás: no fui grosero con mis padres ¿me podrías regalar un perrito?”.

Quiero, yo pido, dame… solo deseos artificiales plasmados en estos papeles. ¿Dónde quedó el deseo por la humanidad?, pensaba mientras leía, evocando así otras épocas donde la Navidad era fiesta, unión, calidad humana como lo recordaba en su niñez.

Este hombre de cabello y barba plateados como la luna, tenía uno de los trabajos más esperados para algunos y bochornosos para otros durante la época navideña. No obstante, para él era un trabajo más. Con sus ojos cansados, su cuerpo torpe magullado por la vejez, la obesidad que lo empezó a cortejar unos años atrás y con el ánimo decaído, seguía allí firme a su sustento, sobreviviendo.

La alarma sonó, ya era hora. Se levantó del sillón dejando encima de este la carta que acababa de abrir junto con sus gafas. Se tomó su ultimo sorbo de café, le acarició la cabeza a su perro y se colocó su chaqueta roja. Metió en el bolsillo una pequeña lista con los juguetes más deseados por los niños -el gerente espera por ella-. Miró su reloj y se dió cuenta de que estaba retrasado, debía caminar diez minutos para llegar al paradero del bus y que no demoraría en pasar.

Se escuchó el sonido de un freno de carro, la gente empiezó a acumularse y sus celulares se conviertieron en la fuente principal del acontecimiento, se auscultaron murmullos y uno que otro sollozo. Y en medio de todo este arrebujo se pudo ver un papel ensangrentado. La tienda estaba por abrir y Santa Claus aún no estaba en su silla.

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