El fuego que nadie ve: ¿Cómo sostener tu vocación cuando nadie aplaude?
Por Pilar Vélez
Hay días en que lo das todo. Pones tu alma, tu tiempo, tu creatividad y tu entrega absoluta en una vocación que pocos comprenden. Y sin embargo, sientes que no basta. Que no sirve. Que no es útil, ni valorado, ni agradecido. Esa sensación punzante —de invisibilidad, de cansancio, de cuestionamiento— la conocen bien quienes trabajan desde la pasión y el propósito. Músicos, artistas visuales, docentes, terapeutas, líderes comunitarios… y, por supuesto, escritores. Todos compartimos ese silencio incómodo que llega cuando los aplausos no aparecen.
Pero es justo ahí, en esos tramos solitarios, donde se enciende lo que muy pocos ven: el fuego interno. Ese que sostiene nuestra vocación cuando nadie aplaude.
Cuando decimos “nadie aplaude”, no hablamos solo de la ausencia literal de aplausos. Nos referimos a todo lo que falta: el reconocimiento, el respaldo, la validación externa. A veces, ni siquiera hay una mirada que afirme “esto vale la pena”. Nadie aplaude cuando trabajas en silencio, cuando perseveras sin resultados visibles, cuando das sin que nadie lo note. Pero es justamente ahí donde se mide la autenticidad de tu vocación: cuando sigues, aunque no haya eco. Cuando no escribes para brillar, sino para encenderte.
A nosotros, los escritores, igual que a quienes ejercen otros oficios vocacionales, nos pasa lo mismo. Quizás más intensamente. Porque no solo creamos: también gestionamos, lideramos, impulsamos. Ser escritor es mucho más que escribir. Es ser editor, promotor, estratega y, en muchos casos, defensor de una causa cultural que se sostiene con esfuerzo, sensibilidad y visión. (Sí, también con terquedad). Esta multiplicidad de roles no es liviana; conlleva una carga emocional profunda. Por eso, la automotivación no es un lujo: es un músculo que se entrena y una llama que debemos aprender a cuidar. (Me atrevería a decir que es una necesidad vital para atravesar la vida con sentido… y encontrar, en medio de todo, una forma de ser feliz.)
A veces, seguimos adelante sin detenernos a cuestionar desde dónde nace realmente nuestra motivación. ¿Es genuina o responde a expectativas externas? ¿Estamos escribiendo desde el deseo auténtico de compartir algo significativo o desde una necesidad de validación, éxito o pertenencia? Cuando la motivación no está alineada con nuestra verdad interior, se convierte en una carga o en una ilusión que, tarde o temprano, se desmorona. Por eso, antes de continuar, es vital hacer una pausa honesta y preguntarnos. No es casualidad que el Oráculo de Delfos, hace miles de años, ya lo advirtiera: “Conócete a ti mismo.” Ese llamado sigue vigente, especialmente cuando nuestra pasión se convierte en oficio.
¿Cuál es tu motivación? ¿Qué te inspira de verdad?
A veces, para encender esa llama necesitamos algo más que disciplina: necesitamos autoconocimiento. Enfrentarnos a nuestros egos, al estatus quo, a la cultura de masas, a los sistemas que nos empujan a encajar. Como una cebolla, hay que pelar capa por capa lo que nos impusieron —o lo que nosotros mismos nos hemos impuesto— para reconocernos, para vernos… y entonces sí, encendernos.
Recuerdo una anécdota que me compartió el querido escritor colombiano Armando Caicedo, hoy ya fallecido. Me contó que con gran alegría le anunció a un escritor amigo la publicación de su primer libro, y esa persona, con una sonrisa irónica, le dijo: “Bienvenido al oficio de vendedor.” Esa frase lo sacudió. Y a mí también.
¿Desde cuándo el escritor es también vendedor?
Quizás siempre lo ha sido: vendemos ideas, emociones, visiones del mundo.
Pero lo que antes parecía un acto simbólico, casi poético, hoy se ha transformado en un reto concreto y constante: colocar libros, gestionar ventas, hacer marketing, construir audiencias, mantenerse visible. Y todo eso —para lo cual casi nunca nos preparan— cae como un plomazo sobre los hombros del creador. La pasión no basta; sin automotivación, esta tarea se vuelve abrumadora.
¿Te preguntas si eso también te toca a ti?
Sí. Y vas a requerir dosis generosas de automotivación. Lo comprendí gracias a un amigo escritor colombiano, a quien no volví a ver, Jesús Castro Fresneda. Él llegaba a Miami con maletas llenas de libros y una clientela fiel que lo esperaba con entusiasmo. Antes de viajar ya tenía su estrategia en acción. No era solo un autor: era amigo de sus lectores. Los visitaba personalmente, recorría la ciudad en autobús o a pie, llevando su obra como un tesoro. Cada entrega incluía una dedicatoria escrita con su letra especial, que también tenía alma propia.
Ese ejemplo, tan íntimo y admirable, nos recuerda que más allá de la tecnología, el marketing y las plataformas, sigue habiendo un lugar para el escritor que se conecta desde el corazón. Y eso solo es posible si hay una automotivación profunda, la que nace del propósito y la pasión por compartir lo que escribimos.
También pienso en mí y en esa preparación. Cada vez que imparto talleres, en especial los que realizo anualmente en Carolina del Norte con niños y adolescentes, me pongo en los mismos zapatos de Jesús Castro Fresneda. Me conecto con mi audiencia meses antes de conocerla. Planifico con cuidado: qué libros trabajaré, cómo despertar su imaginación, cómo motivar su sensibilidad, cómo sembrar en ellos esa chispa que transforme el lenguaje en alegría. Porque esa es la impronta que me he propuesto dejar en mis lectores: la alegría creativa como puente hacia el conocimiento y la emoción. Técnicamente, eso es lo que algunos llamarían la propuesta de valor. Pero va mucho más allá de una definición de marketing. En cada libro que escribimos, en cada historia que elegimos contar, hay una parte íntima de nosotros: nuestras motivaciones, nuestros porqués, nuestras heridas y esperanzas.
La automotivación y la propuesta de valor están conectadas como una corriente eléctrica. Si lo que escribes te “prende” por dentro, si te emociona, si te enciende… entonces tiene el poder de encender también a otros. Lo que transmites no es solo una historia: es tu energía vital. Es tu aleteo de mariposa. Y cuando ese aleteo nace de un lugar auténtico, es casi inevitable que toque el alma de quienes están listos para recibirlo. Porque escribir no es solo dar forma a las palabras, es transferir sentido, emoción, conexión. Esa es tu verdadera propuesta de valor: tu fuego, tu porqué, tu impulso transformador.
Entonces, te pregunto:
- ¿Qué te enciende por dentro al escribir?
- ¿Qué emoción quieres despertar en quienes te leen?
- ¿Cuál es el mensaje silencioso que atraviesa toda tu obra?
- ¿Tu propuesta de valor está viva en cada palabra, o solo en tus intenciones?
Responderte con honestidad puede ser el primer paso para reactivar esa llama cuando flaquea. Y para recordar que tu fuego no solo es tuyo: es luz para otros.
¿Y qué pasa cuando, aun con todo ese fuego interno, seguimos sintiéndonos insuficientes? Cuando lo damos todo, cuando encendemos desde adentro… y aun así nos preguntamos si vale la pena. Es ahí donde aparece otra gran trampa: la idea distorsionada del éxito. Esa que nos grita desde afuera lo que deberíamos ser, pero no reconoce lo que ya somos.
El verdadero éxito
Compararnos con otros autores “exitosos” —con grandes ventas, premios o miles de seguidores— puede convertirse en una trampa emocional. El éxito auténtico no debería medirse por métricas externas, sino por la satisfacción interna de hacer lo que amamos con integridad. Que no sean los likes ni los números los que construyan nuestra autoestima, sino la entrega profunda e incuantificable con la que escribimos.
Éxito es escribir porque lo necesitas. Es disfrutar el proceso, comprometerte con tu oficio, celebrar cada página completada, cada idea transformada en palabra. Es darte permiso para vivir tu vocación con autenticidad, aun si nadie aplaude. Y si no hay reconocimiento, te lo das tú mismo, como cuando concluyes una escena difícil en soledad y sonríes en silencio, sabiendo que lograste lo que parecía imposible. Como dice el refrán: “El que canta, su mal espanta… y el que escribe, su espíritu levanta.”
También es esencial recordar que solo nosotros —los que luchamos por este sueño— conocemos con claridad nuestros verdaderos logros. Lo que para otros puede parecer un fracaso, para nosotros puede ser un paso clave en la evolución. Hay escritores que sometieron sus manuscritos decenas de veces sin respuesta… hasta que una, solo una, llegó como luz al final del túnel. J.K. Rowling, por ejemplo, recibió más de una docena de rechazos antes de que Harry Potter viera la luz; y Gabriel García Márquez, tras recorrer sin éxito varias editoriales, tuvo que hipotecar hasta su coche para enviar el manuscrito de Cien años de soledad. No fue suerte: fue persistencia. Fue ese fuego invisible el que los sostuvo.
¿Has oído hablar del efecto mariposa? Esa idea poderosa de que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el curso del mundo. Yo también creo en eso. Creo que mi aleteo —aunque imperceptible— tiene un impacto en el aura positiva del mundo. Y por eso, no dejaré de mover mis alas.
Y aquí comprendemos que existe una motivación aún mayor que la pasión o la vocación personal: el servicio. Lo que nos impulsa no es solo escribir por necesidad, gusto o reconocimiento. Lo hacemos por algo más grande que nosotros. Por el bien de los otros. Por el impacto cultural, emocional, espiritual que dejamos en cada lector, aunque jamás lo conozcamos. A veces, no es nuestra llama la que encendemos, sino la fogata de alguien más.
Cultivar el fuego
Como líderes culturales, muchos escritores asumimos roles múltiples: organizamos ferias, apoyamos a otros autores, diseñamos plataformas y navegamos decisiones difíciles que a veces nos aíslan. Sin automotivación, sería imposible sostener esa doble entrega silenciosa. Pero con ella, incluso las adversidades se convierten en lecciones, y el cansancio en impulso renovado.
Cultivar la automotivación no es una fórmula mágica, pero sí una práctica consciente. Algunas claves esenciales son:
- Volver al propósito: Recordar por qué escribimos y para quién lo hacemos.
- Celebrar lo pequeño: Cada lector, cada texto compartido, cada avance merece ser valorado.
- Filtrar las voces: Escuchar las críticas constructivas, pero blindar el alma de la negatividad destructiva. Aprende a distinguir entre lo que edifica y lo que solo busca herirte. Una buena práctica es preguntarte: ¿Esta crítica me ayuda a mejorar o solo busca desvalorizarme? Si viene de alguien que respeta tu proceso y tu voz, escúchala con apertura. Si proviene de la arrogancia, la envidia o la desinformación, déjala pasar como quien cierra una ventana ante el ruido del viento. Tu obra no necesita la aprobación de todos, solo la coherencia contigo mismo.
- Buscar comunidad: La soledad del escritor se alivia cuando nos rodeamos de otros que comparten el viaje. Únete a un taller de escritura o comparte tus textos en una plataforma como Wattpad para conectar con otros creadores.
- Reafirmar la misión: Nuestra obra no es solo un libro; es una contribución al tejido cultural y humano. Amplía tu horizonte con generosidad, comparte la pasión que te motiva a escribir y a crear.
- Cultivar el hábito y la disciplina: La inspiración puede fluctuar, pero el hábito es un ancla. Escribe incluso en los días en que no sientas la chispa. A veces, basta con una frase o una nota para mantener viva la conexión con tu obra. La disciplina no apaga la creatividad; la sostiene. Es el compromiso diario con tu oficio lo que, con el tiempo, enciende las páginas más memorables.
La automotivación también se activa desde el cuerpo. Un cambio de postura, una caminata, una pausa consciente pueden ayudarnos a recuperar el enfoque. Como dijo Karen Carvajalino, a quien escuché en un Podcast: «La pose de poder fortalece la mente y el corazón.»
A quienes lideran desde la palabra, desde la cultura y la sensibilidad: que no se apague el fuego. Porque nuestra escritura es resistencia, es legado y también es emprendimiento. Y para sostenerla, no necesitamos condiciones ideales, sino una llama interna que nos recuerde que lo que hacemos, importa.
La próxima vez que dudes, pregúntate: ¿Por qué empecé?
La respuesta será tu ancla y tu impulso. Porque escribir es un acto de amor, pero sostenerlo —cuando nadie aplaude— es un acto de valentía. Que tu fuego no dependa del aplauso ajeno, sino del amor con que escribes. Porque tu palabra, silenciosa o no, enciende el mundo.
“Porque cuando el mundo guarda silencio, escribir es un acto de mover alas y encender fuegos… tu propio acto de resistencia.”
—Pilar Vélez
Tuve una epifanía en un momento de silencio… Desde entonces, decidí aportar a esta revista —que hace muchos años fue mi blog personal— estos artículos que nacen del alma. Son mi forma de rescatar lo humano en un mundo cada vez más automatizado y materialista, donde los sentimientos parecen volverse desechables. Son palabras sinceras, como el leve aleteo de una mariposa: pequeñas, pero llenas de sentido. Gracias por leerme y seguir batiendo tus alas.
Sobre la autora
Pilar Vélez es escritora, poeta y promotora cultural colombiana radicada en Estados Unidos. Fundadora de la organización Milibrohispano, ha dedicado su vida a fomentar la literatura y a construir puentes entre culturas a través de la palabra escrita. Su obra abarca la literatura infantil, la poesía, la narrativa y el guion, con un enfoque especial en el desarrollo humano, la memoria colectiva y la sostenibilidad. Imparte talleres de escritura creativa y dirige la editorial Snow Fountain Press. Cree en el poder de los libros como herramienta de transformación personal y social. Para ella, leer y escribir son actos de resistencia, de esperanza y de amor.
Puedes escribirle a Pilarv@snowfountainpress.com