Colaboraciones

Erotismo, mujer y palabra en «Animal tropical» de Pedro Juan Gutiérrez

Por Ceida Fernández Figueroa     

[dropcap size=small]H[/dropcap]ablar del erotismo en la literatura es hablar del lenguaje. Es nombrar lo innombrable porque la materia del erotismo es el cuerpo, y el cuerpo gesticulante choca con la palabra. Lo  erótico inmediatamente sugiere sensualidad y sexualidad; en algunas acepciones, también se relaciona con a la afición desmedida y la relación enfermiza, de tal manera que la sola mención del vocablo alude a lo “voluptuoso, libidinoso, obsceno, vicioso”. Por lo que, nombrar la sexualidad equivale a nombrar los códigos que se han mantenido al margen de un discurso oficial. Nelly Richards (1986) habla inclusive de la dialectalización del lenguaje para nombrar lo erótico; de esta manera el cuerpo aparece como productor de signos y asegura, que la biografía es una de las señales más visibles de esta práctica literaria[1]. No postulamos con ello que la voz en primera persona y que asume el apelativo de Pedro Juan Gutiérrez nos relate los episodios eróticos de su enunciador en Animal Tropical[2]. Nos amparamos en otros modelos literarios para poder explicar la hechura de esta novela que muchos han catalogado de realismo sucio. Le tomamos prestada la expresión a uno de los múltiples narradores de La guaracha del Macho Camacho (1976) cuando nos sacude nuestra comodidad de lectores y afirma “ricura, ricura, la vida plagiando la literatura”[3]. Esa voz que desde la primera página del texto nos zarandea todos los esquemas morales y literarios parece bastante transparente y desde el principio del relato nos deja saber a qué tipo de animal nos vamos a enfrentar y no titubea al afirmar: “Siempre me sucede: cuando me miran desnudo se me para” (p15). Es casi una invitación al voyeurismo; súbitamente adquirimos conciencia de lectores fisgones de la intimidad. Inmediatamente ese “yo” tan picaresco dejará claro que: 1. “Yo soy un adicto a la seducción” (p 16). 2. “Me gustan las negras, las adoro”(p 16).  3. A la pregunta de Agneta; “¿Es cierto todo lo que escribes?”, la respuesta contundente es “Sí. Tengo poca imaginación” (p 17). 4. “Vivo en una ciudad estrepitosa y caótica, donde nada perdura” (p 17). 5. “Mi vida es un experimento perpetuo entre la nada y la nada. No puedo separar artificialmente lo que hago y lo que pienso de lo que escribo” (p 18). Por lo que su estilo carece de retóricas, somos espectadores/lectores de lo que hace y de lo que piensa. 6. En su edificio, que una vez fue un lugar impecable, lujoso y caro, ahora “huele a orines y a mierda, la gente tiene largas sesiones de sexo en las escaleras oscuras, fuma  marihuana y nunca tiene agua” (p19). Él lo resume con “Mugre, cochambre, desidia y abandono”, estas serán las cualidades esenciales de su ambiente y el aliento derrotado de su atmósfera. Y por último, habla de su libertad:

Animal Tropical Portada1“Mi libertad la construyo escribiendo, pintando, sosteniendo mi visión simple del mundo, acechando en la jungla como un animal….”

Para posteriormente afirmar que la soledad es una forma de vivir en libertad. (p 22).  Esas afirmaciones son el eje que sostiene el relato, por lo que podemos afirmar que se trata de un gran acto ilocucionario en el cual presenciamos cierto desdoblamiento literario. El autor/narrador/personaje entrará así en un juego donde la palabra descarnada que nombra la sexualidad pierde el posible lirismo erótico y  recurre a la polisemia para criticar y parodiar. Semejante a la práctica literaria que caracteriza el discurso feminista, la ruptura con el canon se da desde la palabra y la representación del cuerpo son los signos de una retórica de la rebeldía.[4] Semejante, también, a la literatura que produce el barroco, esta novela provoca múltiples lecturas. Mientras leemos explícitamente el discurso de la sexualidad, leemos implícitamente el discurso del hastío. Al igual que La trilogía sucia de La Habana (1998), la novela se construye a partir de la descripción de los gestos, los olores, el silencio y la violencia expresiva. Prácticas textuales que intentarán significar lo indecible.

Visto desde los postulados de George Bataille[5], esta narración construye su discurso erótico en la medida que destruye el orden social o los interdictos que mantienen la cohesión y la paz. Según Bataille, el interdicto inicial es el que regula la violencia que generan el sexo y la muerte. Por lo que, las sociedades en sus esfuerzos civilizatorios prohibieron la desnudez, sobre todo, la exposición del pene erecto y la obscenidad de la muerte. Es decir, los cuerpos desnudos, tapados y los cuerpos muertos, ocultos. La actividad sexual se repliega a los espacios de la intimidad, protegidos por los códigos del pudor y los muertos se entierran. El cuerpo descompuesto de la muerte viola el pudor, o como Lacan diría pocos años después “para que la memoria olvide”.  Planteamos que una lectura desde la erótica de Bataille, Animal tropical nos narra la historia de la sistemática violación de los interdictos sociales. Desde la primara página encontramos el cuerpo desnudo, el pene erecto y el cuerpo putrefacto de la ciudad “En la esquina de Laguna todo está arruinado. Hay unos contenedores de basura rebosantes de pudrición, una loma de escombros, charcos de agua hedionda…” (p.37). Lo escatológico y lo erótico surgen de un desgarramiento violento: “Escribir con las tripas y con las entrañas. Tirando todo sobre el papel. Manchando de sangre y de saliva y de mierda y orina y mocos y lágrimas. Cuando el editor recibe esos manuscritos tan puercos, generalmente no comprende por qué uno es tan cochino y descuidado…. Hay que estar dispuesto a desollarse. Te desuellas, te despellejas, quedas en carne viva, y entonces te lanzas por el despeñadero de la novela hasta el fondo del precipicio” ( p 57). Es decir, se desnuda ante la mirada curiosa de sus lectores.

En este breve acercamiento a la novela nos limitaremos a la relación que el narrador  protagonista establece entre la actividad sexual y su realidad social; nos detendremos particularmente en la negritud y el quehacer literario como fisuras elocuentes de esa relación. Proponemos que siguiendo la tradición picaresca, Animal tropical testimonia una sociedad decadente en la cual el panorama de la pobreza agudiza la situación de marginalización de la mujer. Por lo que, examinaremos la relación que Pedro Juan personaje establece, particularmente con su personaje femenino principal: Gloria, cubana, jinetera y mulata. Aunque está  presente el personaje de Agneta, sueca, intelectual y rubia, que domina la segunda parte del libro y merece otras páginas, y está construida a partir de lo que no tiene, esencialmente, ella no es Gloria.

Cuando nos acercamos al espacio del Caribe, tradicionalmente, lo erótico surge como signo de la identidad, siempre vinculado a la experiencia del mulataje. Piénsese, por ejemplo, en la Cecilia Valdés cubana, en La cuarterona puertorriqueña y un poco más cercana en la historia, en la desenfrenada China Hereje de La guaracha del Macho Camacho. Desde esta visión, siempre dominada por el discurso del canon paternalista, el cuerpo mulato aparece como objeto del deseo de otro. Sin embargo, en manos o en boca de escritoras/mujeres, el erotismo se convirtió en el cuerpo de una poética de la trasgresión. Es precisamente esa trasgresión la que aproblema el lenguaje. Mayra Santos Febres, en los ensayos recopilados en Sobre piel y papel, insiste sobre el tema de la construcción de un falso imaginario caribeño signado por el erotismo de la negritud y, desechando las propuestas de Bataille para explicar la experiencia sexual de las negras y los negros esclavos, asegura, y citamos: “Nada en su acercamiento al erotismo brinda instrumentos para comprender cómo se forja en una cultura donde sexo es trabajo, donde el deseo es lo que surge de la obligación de tener que sentir, que experimentar el cuerpo de la dominación dentro del propio cuerpo.”[6] Y concluye que para estos escritores, los trasgresores, entre los que ubicamos a Pedro Juan Gutiérrez, escribir sobre el cuerpo o a través del cuerpo equivale a, y citamos: “hacer constar la existencia de dos tipos de conocimientos: el conocimiento interno y el conocimiento de cómo el poder social actúa sobre la existencia misma de ese cuerpo”[7]. En este caso, nos interesa particularmente el cuerpo de Gloria, personaje femenino que de alguna manera reproduce con el gesto de su cuerpo las muecas de una sociedad.

Esa Revolución Cubana que desde 1959 intentó construir un país con el paradigma del Hombre Nuevo, parece haber excluido a la mujer, porque atacó desde sus inicios los viejos vicios de la burguesía, entre ellos la prostitución como una actividad propia de la decadencia capitalista. Sin embargo, cincuenta y tantos años después, enfrenta el fenómeno del jineterismo como un signo de su fracaso. Como sugiere Rubin Gayle[8]: “Si el sexismo es un producto secundario del despiadado apetito de beneficios del capitalismo, entonces se marchitaría en caso de una revolución socialista exitosa”. La prostitución, entre otras circunstancias sociales, florece en los espacios de la pobreza, es una actividad mercantilista en la cual el cuerpo se traduce en mercancía y, como en toda actividad marcada por los principios del capitalismo, el pobre recurre a su única riqueza: el cuerpo, y el rico a su más ilusorio poder: el dinero. Recientemente y por motivo de la celebración de los cincuenta años de la revolución cubana, Leonardo Padura publicó un reportaje titulado “Cuba, una y muchas”[9], en él denuncia el resquebrajamiento de una sociedad socialista idealizada por la propaganda gubernamental, “…junto a la Cuba oficial de la prensa y la televisión, había un país underground, acechado por la marginalidad, que palpita en los barrios y los pueblos, y un espejismo turístico, sólo para extranjeros, en balnearios y clubes exclusivos”. Padura asegura que desde que en los años 90 la isla viviera una profunda crisis económica bautizada por el gobierno cubano como “el periodo especial en los tiempos de paz”, la sociedad cubana comenzó a desafiar abiertamente al sistema buscando la única manera que les quedaba para vivir su realidad. Abrumados por las carencias más elementales y huérfanos del proteccionismo soviético, los cubanos hicieron como los antiguos pícaros y recurrieron a la conducta desviada para poder medrar. En este caso la aspiración de medro se reduce a “luchar la vida”, expresión muy cubana en la cual el verbo se ha convertido en el ejercicio de todos los modos de supervivencia. Resurgen con fuerza las manifestaciones del desquiciamiento social, propios de países altamente desarrollados en los cuales se agudizan las diferencias sociales, así, la prostitución, el proxenetismo, la drogadicción y la corrupción irrumpen en el panorama social con  un ímpetu avasallador. Por ello, no nos extraña que el número de jineteras, siempre impreciso pero alarmante, llegara a 20,000 según la investigación realizada por Amir Valle[10] en 1999.

Como en el antiguo mundo de la picaresca, el dinero aparece como una nueva virtud, si antes se oponía amenazante a los valores de la honra, ahora, el envejecido  ideal socialista se tambalea frente al dólar. Surge una doble moral, como parte de esa conducta desviada de la psiquis picaresca. Dos rostros y  dos discursos para “luchar”. La conducta y la palabra en la esfera pública mantienen la máscara del oficialismo. Sin embargo, en la intimidad, la conducta se apropia de un discurso clandestino y la palabra se desborda en hastío. Observaremos cómo, en esta novela, los gestos de la intimidad salen a la calle como un nuevo código para denunciar el hastío. “Me pongo una camiseta roja sin mangas y me siento fuerte como un animal. Con mi tatuaje al aire, bajo el sol. Me gusta templar duro con Gloria. Al duro. Un par de horas sudando, y después salir a pasear yo solo. Con mi aroma a sudor, a semen, a Gloria, a cama.” (96) Todo él convertido en un signo callejero; los espacios de la ciudad tomados por asalto por los olores del sexo y desafiados por el animal, el exhibicionismo de lo primigenio, una especie de nuevo viaje a la semilla.

Pedro Juan Gutierrez1Gloria, personaje glorificado, se construye desde los códices de una picaresca contemporánea: mulata de origen ignominioso y sexualizado, se convierte en cuerpo deseado y deseante. Tiene veintinueve años, rompe con el estereotipo de la mulata cubana y antillana en general, porque lejos de exhibir los tradicionales signos del exotismo y sensualidad de la mujer negra, que tanto han explotado la literatura y la visión colonialista de mujeres pletóricas sobre todo en nalgas y sexo, ella es “una mulata muy delgada, bien morena…Con su pelo negro y duro como alambre. Un cuerpo perfecto, con tetas mínimas, sin una gota de grasa. Es como una fibra de nervio, dulce, sonriente, astuta, con sus dientes blanquísimos y una forma de caminar al mismo tiempo provocativa, con el culito bien parado” (p 250) Gloria suena, suenan sus pulsos; huele a sexo, “un olor fuertecito, nada sutil”; y habla. Como buena pícara se apodera de la palabra y con ella embauca a unos y seduce a otros. Es precisamente su palabra, sus cuentos porno, su boca desbordada lo que fascina al narrador: “Ése es mi arte, titi: bailar, modelar exhibirme. Me da igual que me pinten o que se hagan una paja. El asunto es que paguen…, dinerito, dinerito. ¡Ayude al artista cubano!”, para finalmente hacer una defensa de esta nueva ambigüedad moral social, “Yo siempre he sido decente. Pobre y de solar, pero muy honrada. Mi dinerito me lo he buscado desde niña con mi trabajo.” La voz de esta mulata jinetera/trabajadora/promiscua reaparece con fuerza dentro de la literatura caribeña que desde la Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde hasta este Animal tropical de Pedro Juan Gutiérrez ha configurado su identidad mediante el discurso de lo erótico. Particularmente en la construcción de un cuerpo mulato folclorizado, como afirma Santos Febre, al cual se le han negado otras cualidades que no sean su condición instintiva, sensual y sandunguera.  El propio narrador nos da las claves de su naturaleza pícara: “Es una callejera pícara de Centro Habana. Gloria pudo vivir aquí hace doscientos años y hubiera sido igual. Quizás se llamaría Cecilia Valdés. La misma buscavidas, con una moral y una  ética moldeadas por ella misma. Me gusta mucho.” (p 25). Para anticiparnos que “Lo mejor de todo es su depravación, su ausencia total de decencia, de normativas. La gran puta. Si alguna vez escribo su biografía no sé cómo  podría hacerlo porque todos pensarían que es puro porno. Nadie creerá que es una novela real sobre una mujer dulce, que se me enrosca en el pescuezo y me seduce con su manzana” (p 27)

La intención de novelar a Gloria mientras escribe de Gloria se convierte en el motivo soslayado de tantos encuentros y borracheras. “Por suerte me lo cuenta todo. Conmigo no se inhibe.”, nos dice en las primeras páginas. Lo que nos remite a una relación pareja en la literatura, cuando Francisco Delicado en 1528 juega también a ser el personaje del Autor y trata de sacarle información de sus andanzas a la Lozana Andaluza. En el Mamotreto 42, el autor, después de pedir vino y tratar de ablandarle la lengua a la Lozana, pide papel para escribir su novela. Podemos afirmar que esta Lozana, tan puta como Gloria, sobrevive en una Roma  que exhibe abiertamente los signos de su podredumbre, como La Habana que nos retrata Gutiérrez en esta novela, amparada en una filosofía muy propia y al margen de los interdictos sociales “Cuatro cosas no valen nada, si no son participadas o comunicadas a menudo: el placer, y el saber, y el dinero, y el coño de la mujer, el cual no debe estar vacuo, según la filosofía natural.”[11] Aquí, de igual manera, después de una intensa sesión de sexo, con todos los encantos de la imaginación desenfrenada de Gloria, el narrador nos revela sus estrategias: “Cuando se da unos tragos, tiempla, bebe más ron, y se relaja, habla mucho. Entonces acumulo material para la novela” (pág. 105). Como la Lozana, Gloria también tiene plena conciencia de ser una criatura novelable, después de sorprender a Pedro Juan seduciendo a su hermana y armar una escena de celos le grita “Pa’ lo único que tú me quieres es pa’ templar y pa’ escribir esa novela mierdera. ¿Tú crees que no me doy cuenta? Llevas tres años jodiendo y preguntando….” (p 36) Ya al final de la novela cuando de Gloria conocemos su origen promiscuo, su fuego uterino, como ella misma declara, sus enredos y perversiones, se confiesa racista. Tan mulata como todos los habitantes de Centro Habana, aunque ella asegura que es “mulatica canela”, asegura que le gusta humillar a los negros y tratarlos como a esclavos. Nada menos que Hegel y la dialéctica del amo y el esclavo, pero nos interesa más el diálogo que genera este comentario y remite a la intención de novelar: “eres fascista, Gloria. Tienes un cerebrito anormal. Eso no lo puedo escribir en Mucho corazón.” “¿Y tú vas a escribir en tu novelita todo lo que yo digo? “Todo” “Vas a caer pesao. A la gente no le gusta la verdad.” “Ya sé, a la gente le gusta el béisbol.” (p 285).  “…Te ha tocado los años más jodíos y con más hambre.” “… No me gusta sacar cuentas si tú escribieras la verdad verdadera en Mucho corazón, nadie se lo iba a creer.” “Y lo que falta porque la crisis no tiene fin.” (p 290)

Portada Alma Tropical3Para acercarnos a este “animal” sin que una lectura proyectiva violente nuestro pudor, hemos intentado una lectura que nos permita leer el discurso de lo obsceno mientras leemos el texto de la cultura que lo produce; hemos, también, recorrido el camino trazado por los postulados de  George Bataille y, finalmente, hemos creído escuchar en sus páginas la resonancia de una entrañable pícara literaria.  El propio Pedro Juan Gutiérrez, en múltiples entrevistas que le ha concedido a los medios, asegura que le ha tomado más de treinta años desarrollar un estilo que parezca una contraliteratura, algo así como anular las propiedades literarias a su relato novelesco.

Por eso, nos atrevemos a afirmar que esta es la novela de la crisis, del proclamado periodo especial en los tiempos de paz; en ella el lenguaje reproduce la realidad en toda su crudeza, de ahí que los excesos sexuales, el desquiciamiento moral, crecen en una sociedad totalmente atrapada, estancada. Sus personajes recorren la ciudad en ruinas y ellos son una prolongación de esa ruina. Huelen las calles y huelen ellos. El paisaje urbano que aquí se retrata es el de Centro Habana, el barrio donde hay “un millón de negros fajaos, y policías, y viejas locas y viejos cochinos, y cucarachas y ratones y las fosas botando mierda…” (p 50), que conste que una chiquilla tan negra como los demás es la que describe el corazón de una ciudad tan vulnerable como los cuerpos que deambulan por ella. Gloria, la jinetera glorificada, la mujer que toma por asalto las calles y embauca a los «yumas», reproduce dentro de sus fantasías o cráneos sexuales las relaciones de la esclavitud. “Seré jinetara, pero te quiero. Y me tienes arrebatá y eres mi macho.” Le dice al Pedro Juan que la inició en el oficio. Su macho la excita con golpes y humillaciones que ella relaciona con el cariño, mientras recorre las calles con libertad y desafío. Asimismo, Pedro Juan animaliza su sexualidad  para mantener un precario equilibrio entre su soledad y su libertad. Recordemos que “Mi libertad la construyo escribiendo, pintando, sosteniendo mi visión simple del mundo, acechando en la jungla como un animal…”

Citas y Referencias

[1] Nelly Richards, “Las retóricas del cuerpo” (1986) citado por Mayra Santos Febres en Sobre piel y papel  2005, Ed. Huracán S. Juan Puerto Rico, p 88

[2] Pedro Juan Gutiérrez, Animal tropical (2000) Ed. Anagrama, Barcelona

[3] Luis Rafael Sánchez, La guaracha del Macho Camacho (1976) Ediciones La Flor, B. Aires, Argentina , p 28

[4] Nelly Richard, afirma con respecto a la escritura erótica producida por mujeres que “La escritura es quizás el lugar donde ese espasmo de revuelta opera más intensivamente: sobre todo cuando palabra, subjetividad y representación, desencajan sus registros ideológicos y culturales…” en “¿Tiene sexo la escritura?” Masculino/Femenino. Prácticas de al diferencia y cultura democrática Chile, Francisco Zegers Ed. 1993. p 42

[5] George Bataille, «El Erotismo» (1957) Ed. Tusquets, España, 1988

[6] Mayra Santos Febres en Sobre piel y papel  2005, Ed. Huracán S. Juan Puerto Rico, p 85

[7] Ibid, p 89

[8] Rubin Gayle, (1980)   “El tráfico de mujeres: Notas sobre la “Economía política” del sexo” en El género: La construcción cultural de la diferencia sexual. Marta Lamas, México:PUEG 1, p 35

[9] Leonardo Padura, “Cuba, una y muchas” en La Revista, El Nuevo Día , 4 de enero de 2009, Puerto Rico

[10] Amir Valle, Jineteras (2006) Ed. Planetas, Colombia

[11] Francisco Delicado, La Lozana andaluza, L, p 461

Celia Fernandez1 Sobre la autora:

Ceida Fernández Figueroa Narradora y ensayista, nació en Ciego de Ávila, Cuba (1958).

Graduada de la Universidad de Puerto Rico con especialidad en Estudios Hispánicos y Educación. Reside en  Puerto Rico donde trabaja desde 1989 como profesora en el Departamento de Español de The Baldwin School of Puerto Rico. Además, ha trabajado desde el 2000 como lectora y responsable de entrenamiento de lectores para el Educational Testing Service  [ETS] y consultora de literatura y currículo para el College Board desde el 2008. Ha publicado en la Revista de Estudios Hispánicos, Universidad de Puerto Rico, así como en otros medios de prensa. Como ponente en foros literarios, ha presentado sus investigaciones sobre la narrativa cubana actual.