Por Marco T. Robayo
El pasado primero de febrero, se cumplieron quince meses de la muerte de Brittany Lauren Maynard de 29 años de edad y de origen californiano, quien, en un acto para muchos heroico, tomó la drástica determinación de ingerir una dosis letal de un medicamento, para terminar con su vida de manera digna y sin sufrimiento, debido a un cáncer terminal que invadió agresivamente su cerebro.
Esta práctica reavivó la controversia, no solo a lo largo y ancho de los Estados Unidos, sino además en una gran cantidad de países, acerca de si debe existir una legislación que permita la muerte asistida a aquellos pacientes terminales, que optan por reducir el sufrimiento al final de su existencia y morir con cierta calidad de vida.
La joven, quien fuera diagnosticada con cáncer sólo seis meses antes de su deceso, en un centro asistencial de su natal California, hubo de mudarse a Oregon, uno de los pocos estados de la unión americana que permiten esa práctica y que consintieron que la mujer llevara a término su fatal propósito.
Menos de un año después, Jerry Brown, gobernador del estado de California, firmó finalmente la “Ley de opción de fin de vida” al considerar que su estado no debe continuar con el precepto de que es un crimen el ayudar a una persona a terminar con su vida sin importar cuán grande es su dolor y sufrimiento. Sin duda, Brittany había dejado un mensaje claro y fue tomado muy en cuenta por el estado sureño.
California se sumó así a Montana, Nuevo México, Vermont, Washington y Oregon, estados que aprueban la asistencia médica, para que un enfermo terminal reciba un medicamento para poner fin a su vida de manera autónoma.
Es difícil no encontrar en la actualidad alguien que no haya vivido de cerca la traumática experiencia de un familiar, un amigo o quizá un conocido, que se haya encontrado luchando con una enfermedad terminal.
Pero es bueno preguntarnos, que puede llevar al ser humano a tomar una determinación tan drástica. Cuáles son sus sentimientos y cual su manera de pensar. Desde el mismo punto de partida, cuando aparecen los primeros síntomas, indicios manifiestos de que algo no anda bien, hasta aquel momento en que los dolores, agudos y constantes, se hacen insoportables y ya la esperanza comienza a debilitarse, las personas con enfermedades terminales y sus familiares deben recorrer un camino lleno de altibajos que los deterioran y a su vez los hace fuertes.
La mayoría de individuos que enfrentan este tipo de situaciones, al ser diagnosticadas con alguna terrible enfermedad, enfrentan varias etapas que se constituyen en la primera carga emocional. Una primera etapa es la negación, donde con renuencia se rechaza este tipo de dictamen, pensando que todo es un error, que eso es algo que le puede pasar a otros, o que definitivamente es algo que no le puede pasar a quien lo padece. Luego, poco después, sobreviene una etapa de depresión, en la cual las personas fustigan el hecho de que la vida se haya ensañado con ellos y se asume una posición en la que el paciente desea mantenerse al margen de ese tema.
Más tarde, llega la etapa de la aceptación, donde se admite la existencia de la enfermedad y se da paso a los tratamientos para combatir el mal. La última etapa aparece con la resignación y el deseo de enriquecer el espíritu, de esperar lo que ya no tiene cambio, de alistarse para lo que vendrá.
Un especialista en el tema, asegura que, dependiendo de la personalidad de cada paciente, las personas con enfermedades terminales pueden avanzar hasta la última etapa o bien quedarse en cualquiera de las tres anteriores.
Los tratamientos de estas enfermedades, pueden llegar a ser exitosas dependiendo la fase en que estas se encuentren. Generalmente, se opta por métodos quirúrgicos, seguidos de tratamientos de radioterapia o quimioterapia. Otros métodos alternos, utilizan hormonas o agujas especiales cargadas con radioisótopos para combatir la enfermedad.
Junto con la carga emocional, debe considerarse la carga económica que viene de la mano con la enfermedad. El tratamiento para este tipo de padecimientos tiene un costo demasiado elevado, llevando a las familias de los pacientes a soportar cargas económicas muy fuertes que la mayoría de las veces los llevan a la bancarrota.
Cuando irremediablemente, la enfermedad alcanza un punto en el cual ningún tratamiento puede aminorar su desarrollo, es cuando algunos pacientes consideran seriamente la opción del uso del suicidio asistido o la muerte digna.
En países como Holanda, Bélgica y Luxemburgo, la eutanasia es una práctica legal, mientras que en Suiza y España el paciente puede auto-administrarse un medicamento letal para terminar con su vida y de paso con su sufrimiento. En América latina, únicamente Colombia permite hasta el momento el controversial procedimiento.
El concepto de muerte digna, tiene que ver con el derecho de una persona a morir dignamente rechazando cualquier tratamiento de tipo quirúrgico o de reanimación artificial para la prolongación de su vida, en la etapa final de una enfermedad irreversible e incurable.
Vale la pena indicar que muchos de los tratamientos utilizados para atacar estas enfermedades terminales, aportan un sufrimiento mayor al paciente con relación a la mejoría que se puede obtener luego del mismo.
En contra de los detractores de la eutanasia, aparecen aquellos individuos que argumentan que no se debe en ningún momento cuestionar el derecho del paciente a tener una calidad de vida apropiada, impidiendo la inclemencia médica que a la larga solo infiere más sacrificio y dolor.
Los que defienden el derecho a la vida por su parte, esgrimen como antítesis la esperanza, la fe y el optimismo, de luchar hasta el último segundo por encontrar una salida milagrosa que devuelva el bienestar a quien está desahuciado y a puertas de la muerte.
No creo que esta decisión, la de tomar la opción de la eutanasia y de la muerte digna, sea una determinación que un paciente en sus cinco sentidos, pueda tomar con facilidad. Hay elementos que están más allá de cualquier reflexión, que seguramente han llevado a declinar este tipo de prácticas en muchos pacientes moribundos. El temor a Dios y a lo que puede haber después de la muerte, puede incidir de alguna forma en estas ingentes decisiones.
No somos quienes para juzgar a aquellos que han tomado ese camino, ni tampoco a los que lo están considerando. Solo podemos apoyarlos y rogar al cielo para que sus mentes estén completamente lúcidas en el momento en que deban tomar una determinación al respecto. Entre tanto esperemos que los avances de la medicina, den un salto fundamental en la búsqueda y desarrollo de medicamentos o procedimientos médicos que puedan reducir sustancialmente los excesivos casos de enfermedades terminales, que llevan a la muerte a tantas personas diariamente en el mundo.
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Créditos de fotografías:
http://www.viveusa.mx/articulo/2014/10/31/bienestar/estados-donde-la-muerte-asistida-es-legal-en-eu
http://diarioelpopular.com/2013/01/15/quebec-avanza-hacia-muerte-asistida/