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Los infiernos de Reinaldo Arenas

 

Por Eduardo Márceles Daconte

Reinaldo Arenas debutó en el mundo literario cuando su libro, “El mundo alucinante”, compartió con “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, el Prix Medici de 1969 a la mejor novela extranjera publicada en Francia. Un texto sobre la vida y obra del escritor cubano.

Eduardo Márceles Daconte*

La vida y las vicisitudes del escritor Reinaldo Arenas se empezaron a conocer de manera más amplia a raíz de la película Antes que anochezca (Before Night Falls), del director Julian Schnabel y protagonizada por Javier Bardem en el papel del poeta y novelista cubano. En 2001, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood nominó a Bardem al Premio Óscar como mejor actor por su convincente interpretación del personaje. Para muchas personas que desconocen la obra literaria de Arenas, las primeras noticias de su existencia fueron a través de esas imágenes en la pantalla grande. Pero, ¿quién era realmente este poeta maldito que ha generado una de las películas biográficas más premiadas…?

Tuve la oportunidad de conocer a Reinaldo Arenas cuando coincidimos en un encuentro de escritores hispanoamericanos, convocado por la Universidad Internacional de Florida (FIU) en Miami, un día de enero de 1988 cuando me desempeñaba como Distinguished Visiting Professor en la Universidad de Miami. Mi primera impresión fue que se trataba de un escritor jovial, inteligente, talentoso, si bien apasionado en sus convicciones políticas y crítico pertinaz que arrastraba un encarnecido repudio contra la revolución cubana y, en especial, su protagonista histórico más conocido: Fidel Castro.
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El escritor cubano Reinaldo Arenas durante un encuentro de escritores hispanoamericanos, convocado por la Universidad Internacional de Florida (FIU), en enero de 1988. Foto: Eduardo Márceles

Arenas creció en un medio familiar marcado por la pobreza. Desde niño experimentó una irrefrenable vocación de escritor. Siendo todavía un adolescente, abrazó la causa revolucionaria que se libraba en la Sierra Maestra. En 1961 se trasladó a La Habana y en 1963 entró a trabajar como investigador literario en la Biblioteca Nacional José Martí hasta 1968. Su producción literaria se empezó a conocer en el mundo cuando compartió con el escritor Gabriel García Márquez el prestigioso Prix Medici de 1969 a la mejor novela extranjera publicada en Francia, por El mundo alucinante, una versión libre, fantástica y paródica de las Memorias de fray Servando Teresa de Mier, fraile dominico y prócer de la independencia de México. Es su obra más conocida por su audaz concepción formal que la ubica como pionera, entre pocas, de la novela posmoderna con el mérito de ubicarse entre los primeros éxitos del boom de la literatura latinoamericana y ha sido desde el principio un referente obligado de todos aquellos que empezábamos a descubrir la joven literatura de nuestra región.

 

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El cubano Reinaldo Arenas y el escritor (y autor de este texto) Eduardo Márceles. /Foto: Eduardo Márceles

El escritor cubano nunca se preocupó, como sí hacían otros artistas, de ocultar su condición de homosexual, y esto trajo consecuencias funestas para su vida y su carrera literaria. Por esta razón y, a consecuencia de su beligerante oposición al gobierno revolucionario, la novela premiada no tuvo una segunda edición, fue sacada de manera clandestina de Cuba e impresa en el extranjero. Su actitud rebelde y desafiante motivó una condena a cortar caña en una Unidad Militar de Ayuda a la Producción.

Su experiencia en esa plantación azucarera le sirvió de base para escribir El central, un poema épico que integra tres períodos de la historia de Cuba, desde la época prehispánica hasta el presente. En 1974 fue confinado a la prisión de El Morro, y desde su liberación en 1976 vivió en condición de paria social. El punto de partida de su novela Arturo, la estrella más brillante (1984) se centra en su experiencia de esta etapa de su vida en Cuba. Durante el éxodo del Mariel, en 1980, se embarcó en una goleta hacia Miami, pero prefirió radicarse en Nueva York, donde siempre mantuvo una existencia marginada hasta el día del suicidio.

Desde que llegó a Nueva York, Arenas vivió solo en su pequeño apartamento del sexto piso en un edificio sin ascensor de la calle 44, a escasa distancia de Hell’s Kitchen o La cocina del infierno, como se conocía un sector dilapidado de Times Square, con cines de cuarta categoría, drogadictos, travestis, prostitutas, almacenes de revistas, películas y artículos pornográficos, así como los más lúgubres hoteles para desamparados de la ciudad. El viernes 7 de diciembre de 1990, después de intentar inútilmente comunicarse con el escritor, su agente literario Thomas Colchie lo encontró muerto en su domicilio.

Hacía algunos meses solo sus más íntimos amigos sabían que sufría de sida -asistido únicamente por Lázaro Carriles, su compañero de muchos años a quien había conocido en La Habana-, pero la causa inmediata de su decisión de quitarse la vida fue el doloroso sarcoma de Kaposi que había desfigurado su rostro. Se suicidó con una sobredosis de píldoras para dormir, poniendo fin a una vida tormentosa y fructífera que había comenzado en un paraje rural de la provincia de Holguín, en Cuba, el 16 de julio de 1943.

Su vida en Nueva York, como para la mayoría de inmigrantes, fue difícil. Solo empezó a mejorar cuando la editorial Penguin publicó en 1985 la versión en inglés de Otra vez el mar, una novela que había escrito en la cárcel y que reescribió en Estados Unidos después de que fue confiscada en Cuba. Es el primer volumen de un propuesto quinteto titulado Pentagonía, que se publicó en Estados Unidos y cuyo segundo volumen, El palacio de las blanquísimas mofetas (1975), fue publicado por la casa editorial Viking, la cual lanzó Antes que anochezca, su desgarrada autobiografía que terminó de escribir un par de meses antes de morir.

El suicidio de Arenas llegó en momentos en que su éxito literario estaba asegurado en Estados Unidos. La editorial Grove Weidenfeld, que publicó en 1989 dos novelas breves del autor cubano bajo el título La vieja Rosa, puso en los estantes de las librerías su novela El portero y Viaje a La Habana, una novela con tres historias cortas: Que trine Eva, Mona y Viaje a La Habana. Antes ya había publicado en inglés con la editorial Harper & Row y Avon Books.

Si bien la obra literaria de Arenas siempre fue bien recibida por un conjunto de editoriales anglosajonas, no corrió con igual suerte en el mundo hispanoamericano, donde era -hasta la llegada de la película autobiográfica- un ilustre desconocido. Sin embargo, en época reciente su obra ha logrado superar el estrecho círculo académico adonde estaba confinada para penetrar un público más amplio que reconoce su valor como innovador del lenguaje y una temática fantástica que parodia o critica nuestra realidad social.

A raíz de la publicación de Farewell to the Sea (traducción al inglés de Otra vez el mar, 1985), el crítico literario Jay Cantor escribió en The New York Times que la obra de Arenas se inscribe “en la tradición de pesadilla sardónica que caracteriza a Francisco de Quevedo y Villegas, el novelista picaresco español del siglo XVII, y las referencias macabras del período negro en la pintura de Goya. Más aún, escribe Cantor, Arenas no está interesado en el drama ordinario de la realidad, sino en la historia de las secretas emociones, las victorias estimulantes del placer y los pequeños engaños que endurecen el alma”.

Tiempo después, ya en Nueva York, lo visité un par de veces en su desvencijado apartamento de donde salía entristecido por sus condiciones de vida, pero fue a través de algunos amigos comunes que me enteré de su temperamento vitriólico. Era un hombre de naturaleza solitaria, tempestuosa y de una voracidad sexual insospechada -según cuenta el escritor colombiano Jaime Manrique, radicado en Nueva York, en su libro Maricones eminentes– que había alejado a casi todos sus amigos.

También supe que dedicaba todo su tiempo a escribir, y su producción literaria es elocuente de tal aserto: cerca de una docena de novelas, libros de poesía y una monumental autobiografía. Fue un escritor que, según sus propias palabras, vivió muchos y diferentes infiernos: una niñez pobre y sufrida, una adolescencia de incertidumbre, una juventud de conflictos por sus preferencias homosexuales en un país que las rechazaba, las persecuciones y la cárcel, la dureza del exilio en la inmensa y fría ciudad de Nueva York, y, finalmente, el implacable sida en un sector que, por ironía del destino, se conoce como La cocina del infierno.

En una de aquellas tertulias que sostuvimos en Miami Beach, después del encuentro de escritores, me enteré de que casi todas sus novelas han sido publicadas en francés porque, según él, publicar en español en Estados Unidos es dejar el libro inédito. “Es un problema de cultura. En los países de Europa hay una vieja tradición literaria y una mayor receptividad artística. En mi caso -decía con cierta amargura- debo mi lanzamiento internacional a Francia. El mundo alucinante, por ejemplo, ganó el Prix Medici en Paris a la mejor novela extranjera de 1969. En general, he tenido mejor acogida en Francia y Alemania que en España o los países de América Latina. En Estados Unidos un programa sobre literatura dura una semana, en cambio cosas como deportes y telenovelas alcanzan un mayor rating. Es también un fenómeno de madurez intelectual, de un nivel cultural que no existe en Estados Unidos ni en España”.

A través de su vida, Arenas supo sacar provecho de las adversidades. La dictadura de Batista en un medio campesino muy pobre y la situación de miseria en que pasó su infancia se reflejan en Celestino antes del alba (1967), su primera novela. Después vino la lucha contra la tiranía en la Sierra Maestra, y surgió entonces la siguiente novela: El palacio de las blanquísimas mofetas. Luego sufrió una etapa terrible: la persecución a los homosexuales, lo que generó la novela Otra vez el mar. Es así que cada ciclo de su vida se traduce en una novela.

Cuando huyó de Cuba se encontró con la desolación del exilio, la casi imposibilidad de comunicarse con ese mundo dominado, según él, “por el dinero, la pasión comercial, las ambiciones descabelladas por hacer fortuna”, y de esta percepción emergió El portero, la primera novela que escribió viviendo ya en Nueva York, y desarrolló un tema local. Es la historia autorreferencial de un cubano que emigra por el éxodo del Mariel, portero de un edificio de Manhattan y que trata de convencer a la gente que vive en dicho edificio de que la lujosa puerta del edificio es la puerta de la felicidad, el amor y la paz. “En todos mis libros -me explicó- se plantea una constante, es decir, se vive en dos planos: una realidad inmediata, la más sórdida, la más evidente, la que tienes que admitir quieras o no porque es la realidad cotidiana, y la otra realidad es la que se inventa el personaje para poder sobrevivir, para no perecer ni asfixiarse”.

En su última etapa vital, no obstante, Arenas terminó de escribir Antes que anochezca, memorias que trazan su vida y obra desde la década del 40 hasta la época actual. Para escribirlas utilizó la técnica de grabar sus recuerdos que un amanuense transcribía. “En mis memorias -me confesó en mi última visita- tengo más de 20 casetes, aunque nunca pensé que fuera a ser tan larga. Escribo más por impulso y nunca pensando que el acto de escribir es un oficio, sino más bien una ceremonia misteriosa, mágica, que se celebra por momentos y luego desaparece…”.

* Escritor, curador de arte e investigador cultural

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