UN REGALO INOLVIDABLE EN NAVIDAD
Desde el 7 de diciembre estábamos a la espera del regalo. Presentía que llegaría en la noche buena y sería puesto no sobre el árbol de navidad ni sobre el pesebre, sino sobre una cuna de abrazos y cobijas de amor.
Las luces navideñas dejaron de parpadear para no perderse ni un detalle, y las estrellas descendieron a conocer a mi segunda niña, mientras me duraba el efecto de la anestesia que me llevó a recorrer el firmamento y a recoger las promesas de amor y bendición para ella; así que no fui la primera en verla, por el contrario, tuve que esperar hasta el día siguiente.
Tan pronto alcé a la bebé sonrió, era muy blanca, con abundante cabello negro y ojos vivaces. La puse sobre mi pecho y confiadamente, como quien sabe que llegó a su lugar seguro, se acomodó y comió sin cansarse.
—Uhmmm, no habrá que enseñarle a comer, dijo la enfermera de turno.
—Soy su mamá y ella lo sabe. Le sonreí.
La reunión familiar de navidad de ese año tuvo un motivo muy especial, celebrar que una princesa había nacido y cada luz que se encendía lo confirmaba. Un centenar de invitados se dieron cita en la finca de los abuelitos para darnos la bienvenida, luciendo los más bellos disfraces.
La casa de amplios salones y memorias de más de un siglo en ellos se llenó de risas, música festiva y el crujir inconfundible del papel de regalo. Cada rincón estaba decorado con guirnaldas de colores vibrantes, y sobre todo con la rebosante alegría de nuestros corazones.
Los disfraces eran una mezcla de creatividad y diversión. Desde Santa Claus hasta renos traviesos, payasos, muñecas, caballeros y damas antiguas con pelucas y vestidos enormes. Cada miembro de la familia dejó brotar su imaginación navideña. Los que cantaban, cantaron sus mejores canciones, los que tocaban algún instrumento, también hicieron gala de sus talentos y los que bailaban no se hicieron rogar.
Ninguno se quedó sentado, ni siquiera yo, la mamá más feliz del mundo, vestida de dama antigua y luciendo mi regalo de navidad en brazos. Gané el premio al atuendo más hermoso de ese año: El de mamá, ese que todavía hoy no me he quitado.
No importa cuántos años han pasado ni lo mucho que ha cambiado mi vida porque en cada Navidad me inunda el recuerdo de esa fiesta de disfraces, llena de gozo por el regalo más amado: el nacimiento de mi hija Catalina. Le doy gracias a Dios por ese maravilloso presente que me hizo comprender un poco más el infinito valor de la vida.
Marcela Jiménez De las Salas
Noviembre 29 de 2023
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