Por Odalys Interián
En el principio la palabra era…
Juan 1: 1
“Sistemas de cosas puestos en orden por la palabra…una palabra viva que ejerce poder, que es más aguda que toda espada de dos filos, que penetra hasta dividir entre alma y espíritu y entre coyuntura y sus tuétanos y que puede discernir pensamientos e intenciones del corazón.’’
Esta revelación de Pablo a los hebreos serviría de estímulo y razón a todo lo que se dijera después para demostrar la supremacía de las palabras. Una palabra originaria de mundos, de realidades distintas, que lleva existencia en sí, materializa lo que toca, una palabra vivificante que se encarna para la salvación, que puede salir de los infiernos. Una palabra que es el retorno a Dios. Nadie ha ido más lejos que los escritores bíblicos en explicar el origen y esencia de la palabra. Revelan al Dios que trasciende el universo físico porque es la causa de su origen, y a la palabra como el principio de la creación. Hablan de dos divinidades separadas y distintas, el Dios eterno e increado y después, el dios unigénito engendrado antes de la creación, por medio del cual creó y ordenó todas las otras cosas. Otros no establecen distinción, consideran la palabra como manifestación de la esencia divina. Dios y verbo en una sola naturaleza, en una única esencia; pero distintos por sus atributos personales.
Pero si de su actividad creadora se derivan otros hijos y otros espíritus, ¿son estos partes de su misma sustancia, comparten su misma esencia? Ésta y otras interrogantes tendrán que enfrentar el dogma trinitario. La aplicación errónea de términos como “esencia” o “sustancia”’ para definir a Dios, seguirá creando un problema de interpretación si Él es alguien y no algo. Otra y misma es la mentalidad expresada por filósofos, tal es el caso de Anselmo de Acosta, para quien «la palabra interior de Dios no es un sonido de voz, sino esencia creadora». Es la explicación de una única y misma esencia; pero que a la vez es distinta, parece más una metáfora, una cuestión de fe filosófica que Abelardo busca justificar con la simple declaración, “la naturaleza divina se puede expresar solamente por parábolas o metáforas”.
¿Qué diré, filósofos pensando como poetas, o poetas expresándose con filosofías? Descubro en muchos filósofos la intención de querer poetizar. Algunos lo logran, otros sólo pueden balbucir y contradecirse. Considerar la trinidad como una definición poética pudiera estar bien, pero hay que enfrentar otro hecho: “el poético”. Y esa es la acción de la poesía: el camino a la búsqueda, a la revelación. Si poesía es revelación, o lo que traduce por excelencia, se podrán aclarar muchos misterios. Por ser creadora, puede arrojar mucha luz sobre el momento creativo y bien puede aclararnos el comienzo.
Ubiquemos al poeta en el drama de la creación. Testigo y partícipe del espíritu divino, engendra el verbo, que a su vez por ser imagen y semejanza es también creativo, y por lo tanto co-creador. El poeta de la creación opta por tener compañía, un logos, donde more la plenitud y un medio por el cuál reconciliar de nuevo las cosas consigo mismo: la palabra. Así, como Dios se manifiesta en lo creado, el artista en su creación lleva el ser a las cosas. Él, la gran fuente de energía, convirtiendo en materia la poesía del cosmos, y nace el poema. Un cosmos que se organiza. La gran metáfora del génesis: en medio del caos se hace la luz. En la mente del poeta está la obra que ha de realizar, pero no tendrá existencia si no la materializa, existirá solo en el pensamiento. En los dos la idea de la obra es una palabra interior que sólo puede ser revelada por una palabra exterior. El soplo divino vivifica la palabra y con ella todo lo demás, el verbo y también la poesía.
La Biblia alude a “La palabra” como el comienzo de todo, también la máxima Mallarmeana de que la poesía surge de las palabras y no de los sentimientos. Las palabras convierten la poesía en acto de creación. De ahí que Huidobro magistralmente diría: “El poeta es un pequeño Dios”.
Aprendemos entonces: de la misma manera como las creaciones del hombre están separadas de él −el lenguaje, el arte, la ciencia− las creaciones de Dios no son Dios mismo. Así como la poesía busca el linaje de la palabra, y es la unidad profunda de dos identidades distintas. Dios y verbo son dos, distintos y únicos en el momento creativo.
La palabra es el retorno a Dios, es reconciliación, pero es también la conciencia de su eternidad. Lo que lo explica. (Juan 1: 18) Poesía como expresión de vida, se funde al logos, un verbo que se encarna para la salvación. Poesía como victoria, no acepta la muerte aunque se extienda hacia la eternidad de lo muerto. La palabra que sale de los infiernos, que vuelve a Dios. El retorno eterno, ella siempre estará volviendo y nosotros con ella. Aunque hay una poesía que destruye, una poesía destructora de la poesía. Una fuerza brutal y demoníaca. Un caos que resiste y desafía el orden.
El poeta en su condición mortal tiene limitantes, asiste al nacimiento de todo, pero sólo puede interpretar. Las cosas ya están creadas, sólo podrá ordenar y desesperarse, percibir las palabras en sí, el movimiento que irradian. Son más las veces en que nada puede añadir; tampoco puede agotar la realidad: él es uno que olvida o hace como si no supiese; las palabras logran un «estado», un «continuum«; muestran lo que hay en el interior y en la profundidad, lo que no aparece a la vista. En poesía, como en la naturaleza, lo invisible se justifica por lo visible. Sólo podrá traducir la poética del universo, una poética que no es reemplazable, establecer el juego de las analogías con el que logra diferenciar, independizarse. Escribirá una poesía de resonancia; una dualidad de contrarios que se establece con la relectura del universo y de la propia poesía.
Si Cristo es el logos, la piedra angular, la sabiduría personificada, un yo que es otro, que se convierte en multiplicidad, (Verbo, Cristo, Abadón, Miquel el arcángel) −el “ je est un autre”− no es originario de Rimbaud, ni el yo en muchos, donde uno domina sobre todos, −recordemos el hombre poseso de demonio (legión)− que impugnó Jesús. Por lo que la personalidad dividida, ese otro que acompaña la actividad reflexiva y que no se reconoce, tampoco tuvo su origen en los románticos alemanes, ni en la heteronimia de Pessoa.
Aristóteles reconoce el carácter imitativo del arte pero no ve, como Platón, el motivo para considerarlo ilusorio, porque el arte en sí, copia de la realidad. El poeta es un intermediario entre la realidad y las palabras, entre la imagen de las cosas y su existencia. Artífices de un universo verbal, logrará dejar intacta una sinfonía que alcanzará universalidad. Toda la existencia latiendo en el espacio de un poema. La imagen poderosa, la que exige tiempo para ser traducida, estará libre de límites temporales y espaciales, cargada de eternidad, quedará sonando como una gran campana. Lo perfecto será siempre recordado, será para siempre parte nuestra y terminará por hacernos diferentes.
Según lo expuesto, la palabra es anterior a la historia, precede el nacimiento de todas las cosas, considerada objeto, ofrecida al hombre, hecha y destinada para él. En la palabra está lo fundacional, la lucidez, la experiencia totalizadora. Cuántas eras, cuánto pulso contenido, cuántas nuevas y antiguas miradas. Las palabras son el presente y son retorno, crean otra percepción, nos hablan de un comienzo perfecto; pero a la vez traen un desconcierto mayor: nada que pensemos o imaginemos será auténticamente nuestro. Ellas nos han antecedido, nos convencen de que algo nos falta, mucho nos engañaremos en la búsqueda de significados y significantes, porque las palabras también están hechas de silencio y memoria; son hallazgo y al mismo tiempo soledad.
Borges cita en su ensayo El culto a los libros el tratado Sefer Yet Serat (Libro de la formación). Éste revela «que Jehová de los ejércitos, Dios de Israel y Dios todopoderoso, creó el universo mediante los números cardinales que van del uno al diez y las veintidós letras del alfabeto». Unos verían en el número la sustancia originaria, otros en la palabra, pero ahora aparecen juntos. Número y palabra como sustancia del mundo, como hipótesis del orden mesurable. Número y palabra para dar la armonía universal, para indagar la esencia de la vida, para imitar el arte de Dios. Y es la necesidad de hallar la fórmula creativa, la necesidad de expresar ideas y sentimientos lo que nos ha hecho poetas. Necesidad de la palabra para aprehender el sentido de la vida, para revelar la realidad, para indagar en el ser. Podemos comprender todas las relaciones gracias a su actitud contemplativa y mediadora. Cifra y plenitud, unidad de lo múltiple donde estará fluyendo siempre la poesía que busca reintegrarse a nuestro ser, para entender el orden y la unidad del mundo. La poesía también busca aprendernos; las palabras y sus sensaciones nos definen, nos dan una identidad. Poesía es el instrumento para escribir la sensibilidad y darle forma a los sentidos. Existe en ella el deseo de liberarnos de lo racional. Obliga a vivir en el misterio y eso nos gusta.
Que la literatura sea un arte de influencia, lo explicaría Pessoa, porque «se basa en la palabra que es abstracción suprema…porque no conserva nada del mundo exterior, porque el sonido −accesorio de la palabra− no tiene valor sino como asociado, por imperceptible que parezca esa asociación».
La palabra ejecutora, la que ha ido construyendo la historia, ha ido sustentando al hombre, dándole la posibilidad infinita, resistencia ante el dolor; nos entrega su energía. Pero jamás sacia: nos va despertando una conciencia, un hambre de continuidad, de participaciones, y nos va entregando su lumbre, sus reminiscencias, desde la lucidez o desde lo desconocido. Añadida a la naturaleza, es todas sus relaciones, y poco lleva tanta verdad. La importancia de la poesía está en ella misma, su fiebre es más que exaltación, se viste del atributo divino de la eternidad. El poeta se acerca a ella a través de la imaginación. Esta definición estaba en el pensamiento de Blake: «El mundo de la imaginación es el mundo de la eternidad».. Muy contrario a la opinión de Borges: el concepto de eterna humanidad, nuestro yo no lo rechaza, ni creo que la perfección sea una vanidad, cuando son milagros que explica la literatura.
El poeta como Job, puede creer que está solo, abandonado y que se espera que reniegue. Él es un ser desesperado y sin posibilidad de redención, uno que siente el vacío de la incomunicación; pero dialoga, muestra los conflictos existenciales del hombre, siente lo interminable de la pérdida, él mira de lejos, desde lo insuperable del dolor, hundido en su duelo ve cómo todo se va, él, uno que siente la imposibilidad, el pánico de su conciencia ante la inmensidad de Dios. Como Job adopta una actitud de espera, padece sin transigir. La poesía toma un poco de su dolor y desesperanza; pero ella también es resistencia, aprende a soportar, está por encima de las circunstancias. La poesía quiere agotar lo infinito y trascender la conciencia de la existencia, no pocas veces logra fundirse al ser y rescatarlo de sí mismo.
El que escribe sabe de sí y de los otros. El poeta no siempre busca lo nuevo, necesita volver a la inspiración de atrás, todas las formas del volver también son avance. La inspiración llega de forma sorprendente, son nuevos los medios, los significados, pero reconoce la esencia de su propia vida en las generaciones pasadas, el poema integra el acontecer de los otros a la individualidad del poeta, una infinitud de rupturas y sonidos residuales con las que logra una nueva cadencia. En todo el caudal de la poesía que surge correrá el verso inicial y su infinidad de movimientos, de presencia colectiva que quedaran atrapados en esa mente individual. Hoy es doctrina que todos los autores sean un solo autor. Es una de las tesis del pensamiento de Octavio Paz: ‘’La idea del mundo como un texto en movimiento desemboca en la desaparición del texto único, la idea del poeta como un traductor o descifrador conduce a la desaparición del autor’’. Renacer es retorno, y es negación y continuidad, −he aquí lo paradójico− el renacer de la nueva poesía siempre será retorno. Si nos detenemos en Valéry encontramos las mismas reflexiones; para él ‘’no existe verdadero sentido de un texto, no existe autoridad de autor, sea lo que fuere lo que haya querido decir, he escrito lo que he escrito… de manera que si me interrogaran qué quise decir en tal poema…respondo que no quise decir, sino que quise hacer, y que fue la intención de hacer la que quiso lo que dije’’. Lo que deseamos contar ya está en las palabras, pocas veces contamos lo que pretendemos, las palabras se advierten, se mezclan o se anulan y las cosas suceden. Cuenta la predisposición del lector, sus gustos, estado de ánimo, vivencias, pero esto no le preocupa al que escribe. ‘’No es en mí que se compone la unidad real de mi obra −nos dice Valéry− he escrito una ‘’partitura’’, pero sólo puedo oírla ejecutada por el alma y el espíritu de un tercero’’ para él una ‘’obra jamás acaba… sino que se abandona y este abandono es el que la entrega a las llamas o al público’’. El poeta reconoce el estado reversible de la obra. Las palabras pueden ser alteradas sin daño, pueden cambiar el sentido de un texto, reescribirlo de nuevo. Otro que sentía un gran amor por las palabras era Dylan Thomás, que sin embargo concluyó: «No son las palabras las que expresan lo que quiero expresar; las palabras son lo único que encuentro que se acercan para explicar sólo la mitad… no me gusta escribir sobre las palabras, sólo encuentro las peores. Me gusta usar las palabra como el artesano la madera o la piedra, tallarlas, moldearlas, pulirlas hasta lograr el modelo capaz de imprimir impulsos líricos, dudas, convicciones, verdades percibidas que debo tratar de realizar». El poeta reconoce que hay palabras llenas de oscuridad y abismo. Palabras insuficientes para traer la razón y la armonía al ser, palabras que no logran narrar, que nos niegan la revelación. Sí; existen esas palabras insuficientes, otras que trascienden la experiencia literaria.
Poesía es el instrumento para medir el tiempo: en ella está el pasado, el presente y el futuro, un universo de reciprocidades, análogo al universo de los sueños, un universo sin restricciones donde se logra la emancipación, porque poesía es un reino, un territorio libre de devastación.