Creación literaria

Gratitudes


Gratitudes

Por María Cristina González, M.A.

Cuando era niña tuve una enfermedad extraña en la que al dormirme mi alma se salía del cuerpo y al despertarme esta no regresaba. Ya fuera porque se escondía en otra persona o ya porque se quedaba hechizada por la magia de la noche, esta no volvía a mí. Mamá y papá me llevaron a cuanto doctor pudieron suplicándoles que me curaran. Anhelaban, como los padres maravillosos que fueron, que yo tuviera de nuevo el tesoro de la salud.

Los doctores no tenían ningún remedio para mi mal y le dijeron a mi madre que lo mejor que podía hacer era evitar que me durmiera. Así, hubo semanas enteras en las que ella se quedó jugando conmigo, otras noches en las que me puso pegamento en los párpados para mantenerlos abiertos o me echó aguas e hizo rituales mágicos para atarme el alma. Nada de eso hizo efecto y, al contrario, al pasar los días, el agotamiento y el exilio del sueño apagaban cada vez más la luz que existía en mí.

Un día, un doctor muy sabio llegó a la ciudad, y las amigas le dijeron a mi madre que me llevara a él, que ese médico podría ayudarme. Ella, sin pensarlo ni un segundo y con la energía del amor, esa misma tarde encontró cita y a su consultorio llegamos. Él escuchó con paciencia lo que mi madre le contó sobre mi enfermedad y finalmente le respondió: «Con la ayuda de Dios, vamos a curar a su hija». Yo me encontraba en el regazo de mi madre, tan débil que no podía ni sostenerme en la silla de examinación. El doctor posó sus delicadas manos sobre mis ojos, recitó unas oraciones que yo escuché levemente, y le recomendó a mi madre que me diera unas medicinas especiales.

Eso hizo ella, y junto a papá, siguieron las instrucciones al pie de la letra. La anécdota cuenta que al día siguiente me levanté a jugar con las muñecas, a correr con mis hermanos y a perseguir a Mambrú, el gato, como si nada hubiera pasado. Esa noche dormí, y mi alma se levantó conmigo como rocío matutino. Desde entonces, he podido vivir sin la sombra de despertar sin mi alma, mi motor, la que me da la individualidad, quien soy. Mamá, eso sí, me hizo prometerle que todos los días, apenas abriera los ojos, daría gracias al universo por la dicha de tener salud, conciencia y de gozar del regalo de la vida. Además, me hizo dibujar una tarjeta de agradecimiento para el doctor, que con su conocimiento me había salvado.

Ya ha pasado mucho tiempo desde aquella enfermedad, y no crean, he sufrido otras dificultades, momentos tristes, desasosiegos. Sin embargo, por duras que sean las circunstancias, lo primero que hago cada día es agradecer porque mi alma llegó a mí y, una vez más, tengo la oportunidad de dejar huella en este mundo. Sé que cuando llegue el momento, mi cuerpo ya no dará más. Ahí espero que mis hijos, nietos y bisnietos me recuerden y hagan lo que les he dicho: que den las gracias por la vida y mantengan alegre su corazón.

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María Cristina González, M.A.
(Bogotá, Colombia) es escritora y profesora. Se graduó de la Universidad de los Andes y obtuvo el M.A. en Literatura de Queens College, NY. Su primer libro, La trituradora y otros cuentos, ha sido elogiado por la crítica y los lectores, y su reseña apareció en el Latino Book Review.
Ha participado en ferias del libro en Bogotá, Miami y Nueva York, así como en diversos eventos literarios y culturales con Milibrohispano, entre otros. Sus escritos han aparecido en diversas antologías. Por su obra de teatro Preguntas de seguridad, recibió el premio a mejor obra extranjera en el concurso Caja Negra.