Creación literaria

La libretita roja


La libretita roja

Por María de Lourdes Victoria

En el hogar jarocho en el que crecí, las fiestas navideñas comenzaban cuando un ranchero, cuyo nombre no recuerdo, traía a la casa un regalo para mi papá: un guajolote. El pájaro, inquieto y arisco, pronto se ataba a un árbol del jardín con una reata larga. Al señor se le ofrecía ‘un taco’ porque su rancho quedaba lejos y porque, si lo dejábamos ir antes de que mi padre le diera un abrazo, nos iba mal. Eran compadres. Mi papá era ginecólogo y había traído al mundo a todos los hijos del ranchero, y él, en agradecimiento, lo había nombrado padrino de su primogénito. El guajolote era su manera de darle las gracias a mi papá. Cada año se presentaba puntual y se sentaba en el patio de la casa a esperar a que mi papá terminara sus consultas. Y yo, que era una niña curiosa, aprovechaba para sacarle plática. Quería saber cómo se llamaba el guajolote, si era hembra o macho, qué comía y si le daban miedo los perros, porque por las noches soltábamos al nuestro, un dóberman muy bravo que se llamaba Rex. El ranchero sonreía y contestaba mi bombardeo de preguntas con sosegada paciencia.

El señor del guajolote no era el único que le daba regalos a mi papá. Sus pacientes también le regalaban mangos manila, café de Coatepec, quesos de San Rafael, nanches en dulce y tartas de ciruela. Estos últimos eran sus favoritos. Mi padre atendía a las señoras en un consultorio que acondicionó en un costado de la casa. Tenía una enfermera que lo ayudaba, pero cuando ella faltaba, lo hacíamos nosotras, sus hijas. A mí me gustaba ser su enfermera; me agradaba sentarme en el escritorio de la salita de recepción a registrar a las pacientes y a contestar el teléfono. Ahí mismo hacía mi tarea. Algunas señoras eran muy platicadoras y me contaban historias interesantísimas. Otras no hablaban, pero todas ellas eran amables; incluso algunas me ayudaban con mi tarea. A veces me tocaba preparar la sala de exploración, la última salita del consultorio. Ahí esterilizaba los instrumentos, buscaba medicinas o simplemente asía la mano de alguna embarazada postrada en la silla de exploración. Mi momento favorito era cuando mi papá, después de pedirle permiso a la paciente, me prestaba su estetoscopio y me permitía escuchar los latidos del corazón de su bebé. Me llenaba de ternura escuchar el tamborcito y ver el rostro ilusionado de las mamás. La faena que menos me gustaba era cobrar. Se hacía al final de la consulta y yo sufría. Me daba vergüenza pedir dinero. Y por más que traté de zafarme de esa responsabilidad, mi papá nunca me lo permitió. «Tenemos que cobrar para que los demás valoren nuestro trabajo», insistía. «Además, si no cobramos, no comemos.»

A pesar de su consejo, él frecuentemente regalaba sus consultas. Cuando decidía hacerlo, me pedía que anotara a las señoras en la ‘libretita roja’ porque ‘pagarían después’. Esa era mi clave para no cobrarles. A veces ese ‘después’ llegaba cuando menos lo esperábamos: alguien tocaba la puerta y ahí estaba la reja de mangos manila, o el café de Coatepec, o las tartas de ciruela. O el guajolote. Otras veces el ‘después’ nunca llegaba, pero él, que era un hombre de fe, sabía que tarde o temprano recibiría su recompensa ‘allá en el cielo’. Lo decía con absoluta convicción.

No sé si mi papá pudo cobrar las deudas de la libretita roja cuando llegó al cielo. Quiero pensar que sí. Lo que sí me consta es que en nuestra mesa nunca faltaron los alimentos. Y que yo recuerde, en la cena de Navidad, siempre hubo pavo.


Sobre la autora

Originaria de Veracruz, México, María de Lourdes Victoria es una autora galardonada cuyas obras han sido publicadas internacionalmente en inglés y español. Su cuarta novela será publicada por Planeta de Libros en Marzo del 2025. Su tercera novela, La casa de los secretos, publicada por Planeta de Libros en julio de 2016, obtuvo el segundo lugar en el premio a la mejor novela en español en los International Latino Book Awards. Su segunda novela, Más allá de la justicia (Entre Líneas, Libros y Palabras, 2010), obtuvo el tercer lugar en Barcelona, España, en el prestigioso Premio Planeta de Novela. Su primera novela, Los hijos del mar (Ediciones B, 2006), fue finalista para el premio Mariposa a la mejor primera novela en español en los International Latino Book Awards de 2006 en Washington, D.C. Sus cuentos han aparecido en importantes revistas literarias, como Nimrod y Quercus Review. Sus artículos y relatos sobre justicia social han sido destacados en numerosas revistas jurídicas. María reside en Seattle y Petaluma, y actualmente está trabajando en su quinta novela.