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La lectura se te nota


Por Pilar Vélez

Artículo de opinión

Escritores a quienes no les gusta leer ¿Es posible?  Quizás por la manera en que me criaron, es común que a veces interprete la realidad y me valga de aforismos para expresarla, y en este caso, el primero que llega a mi mente es uno que repetía mi abuela: «Hay de todo en la viña del señor». Lo decía a menudo, cuando alguien cometía un acto bochornoso o sucedía algo que le parecía inconcebible y no estaba en su poder cambiarlo. Y en esta viña literaria hay escritores que no leen, aunque parezca absurdo y a muchos nos produzca escozor, y, porque no admitirlo, vergüenza ajena. ¿Cómo explicar un fenómeno como este?, ¿es acaso posible ser un buen escritor sin ser lector?, ¿qué calidad tienen los libros que escriben?, ¿perciben los lectores que el libro que han comprado lo escribió una persona que no lee?, ¿importa?

Desde hace varios años el tema ha estado rondando en mi cabeza y si no fuera por uno de esos eventos indeseables que suceden en la llamada viña del señor, a lo mejor hubiese seguido pensándolo e inclinando la cabeza bajo la ley de la mordaza, pues, a pesar de que es sabido, en muchos círculos se comenta a baja voz. Y no es que pretenda «ser más papista que el papa», pues me avergüenzo de lo que no he leído y también de los errores que cometo al escribir, pero no logro comprender cómo se puede ser escritor y estar divorciado del hábito de la lectura. Lo peor es cuando pretendes impulsar a otros a que lean, es decir, a que hagan lo que ni siquiera tú haces. Lo veo a diario, autores que dicen no leer así se trate de las correcciones que se les hacen a sus libros, afirmando que para eso les pagan a los correctores. Otros, pareciera que están demasiado sobrados y que lo que leyeron en sus épocas de estudiantes fue suficiente para toda la vida. No podría dejar de mencionar a los que dicen que no leen argumentando la falta de tiempo, lo que me recuerda una frase de Stephen King: «Si no tienes tiempo de leer es que tampoco tienes tiempo (ni herramientas) para escribir». Lo que tiene sentido. Es como querer ganar el partido sin haber entrenado.

Puede suceder que una historia sea el motor de inspiración para un autor, y que, sin preparación previa, logre que el borrador de la obra salga de la primera sentada, pero luego de la inspiración divina viene otra etapa que exige muchísimo y es la edición del texto donde este se pule como una joya. Todo lo aprendido se incorpora para enriquecer la obra. Me pregunto, si el escritor no tiene con qué, me refiero al conocimiento, entonces ¿cómo revisa su manuscrito?  Pudiera seguir con más ejemplos, pero tengo la esperanza de que, si esta queja (pues no merece llamarse artículo), la leen otros escritores, tal vez se animen a complementarla o a criticarla. En ambos casos me daré por bien servida, pues al menos se ejercitó el músculo de la lectura y el derecho a la libre expresión.

Ahora bien, me inquieta lo que podrá pasar por la mente de estos miembros del reino, los no lectores, cuando asisten a una entrevista y les hacen una o las tres preguntas que no fallan: ¿Qué estás leyendo?, ¿qué autores te han influenciado?, ¿qué le recomiendas a una persona que desee ser escritor? La primera revela lo que está sucediendo en la mente del escritor y los temas que lo nutren. La segunda, el origen o motivación para escribir y qué tan alto tiene la mirada en relación con la constelación de escritores que lo han cautivado y trata de emular. La tercera, revela cómo transmite su preparación y experiencia de escritor.

La lectura está asociada al proceso de escritura, creo que este principio está más que sobreentendido por parte de los lectores. Hace varias décadas, los escritores eran considerados eruditos, personas que dedicaban una buena parte de su vida a la lectura y al conocimiento. Siempre se les trataba de una manera especial y se les escuchaba con admiración y respeto, un escritor no solo sabía de su tema literario sino también de otras disciplinas. En la actualidad no sucede lo mismo. Son pocos los escritores que evidencian este sentido de preparación y nivel de conocimientos. Semejante vacío también se refleja en la afluencia de publicaciones que no tienen la calidad ni el tratamiento editorial y que golpea al gremio literario, en especial con el auge de la autopublicación. Gran parte del problema se deriva de la semilla, el escritor, pues para producir un buen libro no es suficiente creer que se tiene el talento o «sentir el llamado»; como muchos advierten en sus presentaciones cuando dicen que fue como si una voz bajara del cielo y les dictara cada palabra de su libro. Este es un oficio que exige su cuota de sudor, y con ello me estoy refiriendo a la lectura, sin indicar que leer se trata de un castigo o un trabajo forzoso, al contrario, la lectura es parte inherente de ese proceso creativo de aprendizaje y mejoramiento continuo. Así como el cuerpo requiere alimento, el oficio de escritor requiere de lectura, escritura y reescritura, entre otros factores.

En Colombia, hace muchos años, la marca Avena Quaker transmitió un comercial que fue muy popular; si bien recuerdo, en este salía una señora diciendo: «Javier, tómate la colada», al principio mostraban al niñito y luego al joven guapo que seguía tomándose la colada. Traigo esta memoria a colación, para retratar de forma pictórica el efecto de la colada, o sea, la lectura. Si partimos de que el cerebro es un músculo que necesita del ejercicio permanente, y que la escritura y la lectura son actividades cerebrales vitales, el renunciar a la lectura repercute en la capacidad de análisis, interpretación y pensamiento crítico, pues el individuo se priva de aquellos estímulos que favorecen los procesos de asimilación, intercambio y adquisición de conocimientos, y que incentivan la percepción, la concentración y la empatía. Por otro lado, muchas investigaciones han demostrado que las personas que leen tienen mejores habilidades para expresarse y mayor dominio del léxico. Durante la lectura se estimulan regiones del cerebro que activan la imaginación, la creatividad, la confrontación de experiencias y la expansión del horizonte de posibilidades.  En otras palabras, si el escritor no se toma la avena, no hay manera de que emule al Javier del comercial. Al final de la publicidad, recuerdo que decían y con mucha razón, «La avena se nota».

Muchas obras literarias han sido llevadas a la pantalla grande, y aunque parecería un buen «atajo» reemplazar días o meses de lectura por un par de horas acostado en un cómodo sofá, como mentora para escritores y directora de una editorial, no puedo dejar de insistir en la importancia de que los escritores lean las obras. Una película puede entretener y complementar lo que ya sabemos, pero jamás reemplazará la lectura de un buen libro, en adición, muchas películas no son fieles a la obra literaria. Nos sobraría con anotar que un escritor lee o, mejor dicho, ausculta los textos con «ojos de escritor» y que este deleite no es posible cuando reemplazamos al escritor-lector por un escritor-televidente.

Volver a aquellas obras que han sido catalogadas como clásicas o que forman parte de la tradición es una necesidad. Ítalo Calvino, en Por qué leer los clásicos, Barcelona, Tusquets (Marginales, 1993:122), nos dice que «…Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres)». Nos dice, además, que se suele hablar de estos libros como una relectura, pues «Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir». De allí la necesidad de regresar a él, no como una lectura obligada, al contrario, para el redescubrimiento.

Si bien, existe un catálogo muy amplio de excelentes autores contemporáneos ―y que sugiero investigar y leer―, lo ideal es crear un plan de lectura anual que incluya, por lo menos, dos o tres obras clásicas. Esta combinación entre «lo nuevo y lo clásico», nos ayuda a comprender que la buena literatura está por encima del tiempo y que hay obras que tienen tanto poder que se mimetizan en el inconsciente de los lectores y se convierten en las preferidas de una persona o una colectividad. Un buen libro es y será siempre bueno, sin importar cuándo llega a nuestras manos. Por eso no importa qué día es hoy para comenzar un plan de lectura, hoy es el día perfecto para emprender ese hábito. Un buen punto de partida es comenzar por el género narrativo de interés. Si el escritor escribe novelas de amor, pues debe investigar cuáles son esos autores que sobresalen en dicho género y revisar su catálogo de obras. Seguro tienen algo que merece ser leído. No hay que fijarse en la época en que la obra fue escrita o la nacionalidad, sino más bien tratarlas a todas por igual para descubrir que cada historia y cada «orfebre de la palabra» tiene un estilo único y que las buenas obras tienen la potestad de abrir mil puertas en la imaginación. Un lector puede llegar a compenetrarse tanto con un escritor que hasta puede volverse crítico de su trabajo.

Finalizo este comentario sin censura, más bien como un autollamado y una invitación a las personas, sean o no escritores, pues, así como nos recomiendan una buena alimentación y ejercicio para mantener una salud óptima, hay que leer contenido de calidad para nutrir nuestro cerebro. Es obvio que nunca tendremos tiempo suficiente para leer todo lo que quisieramos, pero hay que crear ese espacio para disfrutar de los libros como parte de la cotidianidad y sembrar la semilla de la lectura en nuestros hijos. Leer es ante todo un placer del que no debemos privarnos, así como cuando éramos niños y mamá no nos perdía de vista hasta que bebieramos la última gota de colada o la última cucharada de avena. Ellas sabían que el buen alimento se nota para toda la vida…

De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Solo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria.

Jorge Luis Borges