Poemas, relatos y cartas de amor en el Día de San Valentín
Agradecemos a los escritores y poetas por compartir con nuestra audiencia esta hermosa colección de poemas y cartas para celebrar el Día de San Valentín. Sus palabras, llenas de emoción y sensibilidad, nos invitan a expresar el amor en todas sus formas, recordándonos la magia de los sentimientos sinceros.
Gracias por ser parte de esta celebración y por regalarnos versos que tocan el alma. 💖✨
Mi mayor anhelo
El hogar que siempre soñé
Cuando era niña, crecí en un hogar disfuncional. Mi padre nos abandonó y, poco después, también nos quedamos sin mi mamá, pues ella tomó la difícil decisión de buscar nuevas oportunidades en otras tierras con la esperanza de darnos un futuro mejor. Durante años la cuestioné porque no entendía por qué tuvo que tomar esa decisión. Era demasiado pequeña para comprender la verdadera situación.
No tuve un ejemplo a seguir. No quería aceptar la vida que me había tocado; no me gustaba, porque sabía que no era normal. Crecí viendo familias conformadas por mamá, papá e hijos, y en mi corazón siempre anhelé eso. Sin embargo, a mi madre nunca le fue bien en su vida sentimental. En lo más profundo de mi ser, me hice una promesa: cuando me case, quiero que sea para toda la vida.
Me casé a los 24 años y tuve un hijo, pero, con el tiempo, me divorcié del papá de mi hijo. Éramos jóvenes e inmaduros. Sin darme cuenta, había terminado siguiendo el mismo camino de mi madre. Me separé, tomé rumbo a tierras lejanas y comencé a trabajar con la esperanza de poder tener a mi hijo a mi lado. Me enfoqué en salir adelante y en valorarme, con la ilusión de que, algún día, llegaría mi príncipe azul.
Cometí muchos errores en mi vida, pero hubo un día en que, cansada de todo, oré a Dios y le pedí que ordenara mi vida. No me gustaba el camino desordenado que estaba llevando. Solo quería ser una buena madre, que mi hijo se sintiera orgulloso de mí, que cuando creciera no se avergonzara de su mamá. Decidí esperar y confiar en Dios, con la esperanza de que, un día, me casaría nuevamente y tendría el hogar que tanto anhelaba.
Un día, mientras iba rumbo a mi trabajo en un pequeño pueblo de Estados Unidos, en pleno febrero—cuando todo estaba decorado con corazones, dulces y osos de peluche en tonos rosa y rojo—, sentí que una de las llantas traseras de mi van se había ponchado. A mi derecha vi un letrero que decía: «Se habla español». Como mi llanta ya no daba para más, decidí entrar a ese negocio.
Me atendió un caballero muy amable que me preguntó qué necesitaba. Le expliqué lo de mi llanta y, al bajarme de la van, noté que a su lado estaba un señor mayor, de gran estatura, que también me saludó con mucha familiaridad, como si me conociera de toda la vida. Ese señor era su papá. Pero todo fue normal.
El hombre que arregló mi llanta no llamó mi atención al principio. Cuando le pregunté cuánto le debía, me sonrió y dijo:
—No me debes nada. Solo le puse un parche y le eché aire, pero necesitas comprar una nueva.
Le agradecí y le dije que volvería.
Así comenzó todo. Primero fui su clienta, luego fuimos vecinos y renteros.
Pasaron dos años en los que solo nos saludábamos con un “hola” y “adiós”, hasta que, poco a poco, comenzamos a hacer química.
Un día, pasé nuevamente por su negocio y él se atrevió a invitarme al cine. Justo ese día se me había olvidado mi cartera, así que pasé a pedirle prestado. Él sacó 50 dólares de su cartera y me los dio sin dudarlo. En el camino pensé bien en su invitación y, cuando regresé, le dije que no.
Él solo sonrió y respondió:
—Yo sabía que me dirías que no.
Le expliqué que aún no me sentía lista para salir con alguien. Pero él nunca me presionó; me esperó.
Dos años después, volvió a invitarme a salir, y esta vez le dije que sí, porque ya me había enamorado. Me conquistó su forma de ser, su respeto y el trato que tenía hacia mí. En mi corazón supe que él era el hombre que Dios tenía para mi vida.
Mi madre siempre me decía:
—Debes darte a respetar. Ese muchacho va a apreciar quién eres, y se casará contigo.
Y así fue.
En ese tiempo, mi madre decidió regresar a El Salvador, y yo me quedé en Estados Unidos, en la casa donde ella vivía con su pareja.
Sin embargo, las cosas terminaron mal entre ellos, y la expareja de mi mamá me sacó de la casa. No tenía a dónde ir.
Para entonces, ya era novia de Leonardo. Él buscó rentar un cuarto y nos fuimos a vivir juntos ese mismo día. No estaba en mis planes, pero así ocurrió.
Vivimos juntos por 11 años, y yo siempre tenía la esperanza en mi corazón de que él me pidiera matrimonio. No quería equivocarme otra vez; tenía mucho temor.
Pasaron los años y, en ese tiempo, me diagnosticaron cáncer. A pesar de todo, mi mayor anhelo era tener otro hijo. Sin embargo, Leonardo no se sentía listo; tenía miedo.
Hasta que un día me dijo:
—Ya quiero ser papá. El Señor puso en mi corazón el deseo de tener un hijo.
Me alegré tanto. Dios me sanó del cáncer y, al año siguiente, quedé embarazada.
Mi oración seguía siendo la misma: que algún día nos casáramos y formáramos una familia. Finalmente, en 2021, en plena pandemia, Leo me pidió matrimonio. No lo podía creer; hasta pensé que estaba bromeando. Pero me miró a los ojos y dijo:
—Dios ya puso en mi corazón que quiero que seas mi esposa. Quiero formar una familia contigo. Sé que eres la mujer que siempre esperé.
Hoy llevamos cuatro años y medio de casados, pero en total hemos estado juntos 15 años. Amo a mi esposo, amo a mi familia, amo a mis hijos, amo a mi mascota. Cada día me enamoro más de mi hermoso. Es un hombre muy especial, ama a mis hijos y me ama a mí. Hoy, él es el padre que mi hijo nunca tuvo, y yo tengo el matrimonio que siempre soñé desde niña.
Biografía de la autora
Edith Gómez Toledo es escritora. Nació en Sonsonate, El Salvador, y actualmente reside en Creedmoor, Carolina del Norte, Estados Unidos, junto a su esposo y sus dos hijos.
Edith es una fiel creyente en Dios, ama escribir y es dedicada a su familia.