Creación literaria

Buen vino


Poemas, relatos y cartas de amor en el Día de San Valentín

Agradecemos a los escritores y poetas por compartir con nuestra audiencia esta hermosa colección de poemas y cartas para celebrar el Día de San Valentín. Sus palabras, llenas de emoción y sensibilidad, nos invitan a expresar el amor en todas sus formas, recordándonos la magia de los sentimientos sinceros.

Gracias por ser parte de esta celebración y por regalarnos versos que tocan el alma. 💖✨


 

Buen vino

En los maduros cuerpos, nueva era,
por labios curtidos del dulce sabor.
Llena mi copa, mujer de mi vera,
de esta noche sublime en tu candor.

Para catarlo, viértelo despacio,
deja que me impregne el aroma.
Profunda y espesa es la persona
que brinda en su cáliz un palacio.

Sabes no muy frutal ni tan amargo,
siendo vida sin dramas ni letargos.
Mujer, vino de tazón y reserva.

Buqué de amada, un beso a la vez,
olvídate del antes y del después,
y esta vida desbórdala en mi mesa.


La hormiguita (minicuento)

Érase una vez una hormiguita que, buscando un dulce momento, subió por tu pierna y escaló hasta tu pecho. Sin preguntar por nada, entró en el centro de tu pecho y desprendió un pedacito de tu corazón. Luego, tomó esa diminuta parte de ti y se la llevó piernas abajo hasta su guarida. Tú sonreíste y no le diste mucha importancia.

De repente, la misma hormiguita regresó por la misma ruta, subió y penetró de nuevo hasta lo profundo de tu pecho. De allí, tomó otro pedacito de tu corazón, que fue a parar al lugar donde había puesto el primero. La escena se repitió varias veces consecutivas. Tú la observabas curiosa y preguntaste en voz alta:

—¿Hasta dónde llegará esta encantadora criaturita si la dejo?

La hormiguita te escuchó y detuvo su marcha, soltó el trocito de corazón que llevaba en su boca y emprendió camino hacia arriba, subiendo por tu cuello hasta llegar a tu oído. Tú, en tu curiosidad de mujer, la dejaste entrar a pesar de las cosquillas que ella te provocaba con sus diminutos pasos.

Una vez que la hormiguita había llegado a un lugar muy cerca del tímpano de tu oído izquierdo, se detuvo. Entonces, escuchaste una voz varonil que te susurró:

—Dulce mujer, una vez tenga suficiente de tu corazón, regresaré por unos trozos de tu mirada, algo de tus labios, un chispo de tus tibias manos y lo suficiente de cada parte de tu cuerpo. Me las llevaré todas a mi diminuto mundo, donde las pondré juntas y vivas en tu magia. ¿Y sabes lo que luego haré con ese pedazo de ti que me he tomado? Me lo comeré a besos y lo haré de una forma tan gentil que tu totalidad de mujer me sentirá desde aquí, en tu inmensidad. Si no tienes otras dudas, dulce mujer, prosigo con mi faena de poseer trocitos de ti.

Entonces, la hormiguita salió de tu oído y se dirigió, muy asertiva, a continuar con su plan maestro. Tú volviste a sonreír y te sentaste a verla trabajar en ti. Cuando iba bajando por tu cuerpo, la viste pasar de largo por tu pecho y dirigirse hacia tu cintura. Antes de que pudieses preguntarle hacia dónde se dirigía ahora, volteó su rostro y te brindó una sonreída guiñada.

Sonreíste por tercera vez. Eso fue suficiente para la hormiguita, que se introdujo hábilmente por el elástico de tu falda y se perdió en donde no pudieses observarla. A los pocos segundos, la volviste a sentir, pero esta vez tu reacción fue simplemente un repentino:

—¡Ahhh!

Seguido de un largo y profundo:

—¡Mmmmmm!


Autor: César E. Moline