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¿Puede el crítico cultural tener conflictos de intereses en determinados casos?


A veces los escritores, y también los críticos y los profesores, olvidan que la gran vocación de la literatura es hacer sentido de nuestra vida, y la encierran en un ejercicio estéril, puramente formal.

Tzvetan Todorov


A veces los escritores, críticos, profesores y lectores olvidamos la esencia del arte y nos dejamos llevar por lo humano, anteponiendo así nuestros intereses sobre otros. Durante años, el crítico (así muchos escritores no quieran admitirlo) ha servido como puente entre la obra y el espectador, es este quien a través de una detallada valoración objetiva que contrarresta con el atributo del artista, ha tenido la enmienda de exponer a través de diferentes medios las obras que han sobresalido positiva o denegadamente en el mercado a un espectador prejuicioso.

La crítica como oficio ha sido juzgada durante su existencia, desde sus primeros avistamientos se consideraba que era un quehacer que deploraba el trabajo del artista por no tener conocimientos ilustrados acerca de las obras y el área en que estas eran representadas; pero al pasar el tiempo este oficio fue tomando su lugar hasta lograr ser pieza fundamental en el movimiento cultural. La crítica y sus representantes lograron llegar a la cima, obtuvieron un lugar prestigioso no solo en las altas esferas sino también en el común del pueblo, un lugar en donde el lector en el caso de la crítica literaria llegó a confiar en sus valoraciones al momento de preferir. No obstante, el artista empezó a sentir una aversión hacia este quehacer debido a que estaba sublimizando e inhumando obras de forma subjetiva influenciadas por otros caudales (como editoriales) convirtiendo a esta en un medio de manipulación. Por esto, el papel del crítico ha estado de boca en boca en las diferentes ramas artísticas, la escasa objetividad de unos cuantos han hecho del crítico ante los emisores una especie de quimera que se alimenta del trabajo de algunos para lograr su cometido «manipular el juicio propio del receptor» y así lograr comercializar los intereses de algunas compañías.

Es real, por lo anteriormente descrito, podemos concluir tristemente que la credibilidad ética del crítico ha ido decayendo, pero no podemos rebosar toda esa culpabilidad sobre ellos, existen factores externos que han convertido este quehacer en una herramienta más de los intereses monetarios de la producción en masa. Si bien uno de estos factores ya fue expuesto con anterioridad -el imperio de grandes compañías artísticas y culturales-, no podemos olvidar el boom del internet y los servicios que este ofrece a la sociedad.  Las redes sociales con su afán de informar al usuario a la velocidad de la luz, los blogs que han servido de psicólogos para que cualquier humano pueda desahogarse frente a un fondo en blanco, y las tiendas de libros virtuales que permiten que cualquiera se convierta en críticos de una obra a través de su opinión subjetiva, han servido de victimarios de una profesión que ha tenido que apañárselas para salir a flote.

Hoy en día, la crítica sigue siendo un factor imprescindible culturalmente y su representante sigue cumpliendo un papel de vital importancia debido a la responsabilidad que le atañe como medio entre artista y espectador, por lo tanto, su proceder ético debe estar más arraigado y comprometido con su público, las acciones que este debe acoger tienen que ser estratégicas, pero al mismo tiempo efectivas, pues un solo error llevaría a la continuidad del decaimiento de su oficio.

Quiero terminar aclarando que este breve escrito no pretende juzgar al crítico y a su quehacer, al contrario, lo que procura es exponer que se debe replantear el oficio partiendo nuevamente desde su esencia, analizando sus debilidades y fortalezas, preguntarse en términos generales ¿por qué hace la crítica?, ¿para qué la hace? y ¿para quién? sin olvidar la responsabilidad moral que tiene como formador cultural de la sociedad.


Por Dallan Ruiz Prada

Fotografía: Houcine Ncib | Unsplash.com