Para mi querida familia
Por Clara Eugenia Ronderos
Ese día se celebraba
el nacimiento de un niño
y cada hora pasaba
como un río de cariño.
Siete hermanos, un ausente,
la madre, en el centro, un faro,
niños, adultos, su gente
reunida buscando amparo.
Rezaron una novena
trunca, rápida, informal;
villancicos en cadena
conjurando todo mal.
Siete niños fueron antes,
ahora viejos padres son,
pesebre y juegos de infantes
les recuerda la canción.
En la sala, ya han comido,
la abuela, nietos y hermanos
un poema han preparado,
hermoso juego de arcanos.
Rimas lee la sobrina,
que cuentan toda la historia,
ya la risa los domina,
se refresca la memoria.
Como soles resplandecen
los ojos de los muchachos,
los mayores se enternecen
de tanto orgullo, borrachos.
La abuela goza la escena
y recuerda a sus mayores,
en aquella nochebuena
en que ella fue sol y amores.
La noche cálida fluye,
comieron, tomaron vino,
sin ver el tiempo que huye
ni el mar al fin del camino.
Adioses tiene la fiesta,
abrazos de despedida
a todos mucho les cuesta
dirigirse a la salida.
La madre mira al espejo,
la acompañan sus recuerdos:
sus padres muertos, su viejo,
sus días locos y cuerdos.
La hija en su casa está.
Quiere poner en palabras
la memoria que se va,
quiere poner en palabras
los sueños de su mamá,
quiere poner en palabras
todo aquello y más allá,
pero encuentra apenas gotas,
algún reflejo, algún color
y de ese río, en sus notas,
solo queda un resplandor.