UNA POESÍA LLAMADA RAÚL
“El poeta transgresor, pero no maldito”
A propósito del 77avo. aniversario de su nacimiento
Por Yehudah Abraham Dumetz S.[i]
Nuestro Caribe y el valle del Sinú es un verdadero crisol en el que, durante cinco siglos y algo más, se han venido amalgamando formas ejemplares de convivencia signadas por una fecunda mezcla étnica, religiosa y cultural. La indianidad, la africanidad, la europeidad, las masivas inmigraciones, judía, sirio-libanesa y palestina y, de igual manera, el paisaje y la biodiversidad, han permitido que se produzca un gran desarrollo poético, literario y cultural; por lo que, en estos territorios rivereños y costeros, las ciudades y sus espacios han jugado un papel primordial en la expresión de los valores, en la conformación de sus identidades y por supuesto, en la producción literaria como prolongación de la memoria de los mismos. Para algunos poetas como el epistemólogo y filósofo francés Gastón Bachelard “La poesía es una metafísica instantánea. En un breve poema, debe dar una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y unos objetos, todo al mismo tiempo. Si sigue simplemente el tiempo de la vida, es menos que la vida, sólo puede ser más que la vida inmovilizando la vida, viviendo en el lugar de los hechos la dialéctica de las dichas y de las penas. Y entonces es principio de una simultaneidad esencial en que el ser más disperso, en que el ser más desunido conquista su unidad…”[ii] . Lo que explica tácitamente el rechazo a lo cotidiano, a lo confeso, a lo prosaico y por supuesto a todos aquellos instantes históricos en la vida del ser. Este sublime arte literario de la creación poética, encierra dos postulados estéticos conocidos como: “poesía pura” y “poesía impura”. Lo “puro” puntualiza la ausencia de mezcla, el contacto entre dos diferentes cosas; pureza del interiorismo o intelectualismo. En lo que respecta a la poesía, estaríamos señalando el papel del sujeto, en tanto se aleje del mundo exterior o físico en donde se encuentra, para quedarse solo en el mundo idealista o lo que es lo mismo, un universo de ideas e imágenes sin referencia al plano terrenal en la que el mismo decide aislarse.
Por el contrario, la poesía “impura” tal y como la concibió el Vate chileno Pablo Neruda, es aquella “amasada con la vida…” preocupada por el estado de la condición humana, producto de la alteración surrealista y de las circunstancias socio políticas. Lo impuro representaba un renovado concepto en el quehacer poético, una mirada nueva y fresca. Era la ampliación del espectro poético al mundo y sus avatares que, hoy a través de sus aguas como el espíritu humano, emprende nuevos cauces de afirmación de la memoria en de uno de los grandes poetas colombianos. Raúl Gómez Jattin, nacido en la heroica ciudad de Cartagena de Indias el 31 de mayo de 1945. Posteriormente su familia se radica en Cereté, en donde Raúl vive su infancia entre los continuos ataques de asma atendidos por su madre Lola Jattin y, la rigurosa educación clasista que le inculcó don Joaquín Pablo Gómez, hombre culto y excepcional jurista de la época. Sin embargo, habiendo nacido en Cartagena, Raúl Gómez Jattin afirmaba su sinuanidad: “Nací en Cartagena el 31 de mayo de 1945 pero soy de Cereté (Córdoba), un pueblo en la mitad del valle del Sinú, o Chinú, como dicen los cartageneros…”[iii]. “[…] allí soñé escribir y cantar. Soñé llevarme a Cereté de Córdoba a otros lugares…”[iv]. “Yo tengo para ti mi buen amigo un corazón de mango del Sinú, oloroso, genuino, amable y tierno […]”.
Gracias a su padre, el jurista Joaquín Pablo Gómez, quién fue un prolífico lector y culto de la literatura, Raúl tuvo el privilegio desde su infancia de poder nutrirse de los clásicos. Se alimentó de la poesía francesa que le sirvieron los poetas malditos, del movimiento nadaísta, del surrealismo de la primera mitad del siglo XX, de la generación beat norteamericana, del buen vino poético que le ofreció en su literatura Constantino Kavafis, Walt Whitman y por supuesto, del nadaísmo de los años 60s y 70s. Los nexos que durante su infancia, adolescencia y adultez tuvo con los libros, formaron el acervo cultural y literario que coadyuvó a avivar la flama de aquel don espiritual y creativo que había nacido con él. La poesía.
Durante el periplo de vida que le robó a la muerte, Raúl tuvo muchas facetas por las que transitó brevemente. Fue profesor de historia y geografía en un colegio de bachillerato de Cereté. Llegado el momento se traslada a Bogotá donde comienza a estudiar derecho en la Universidad Externado de Colombia, estudios que alterna con una de sus pasiones, el teatro. Participa como actor en varios montajes, hace adaptaciones de obras literarias que pronto se dan a conocer en la revista literaria Puesto de Combate del escritor Milciades Arévalo. Sin haber terminado sus estudios de jurisprudencia, Raúl regresa a su pueblo del Valle del Sinú después de vivir ocho años en Bogotá. La poesía comienza a despertar en él, lo conturba, lo asombra, necesitaba entonces dejarla fluir de manera impura y trasgresora, dándose a conocer en esta línea a mediado de los años 80s, pero sin quebrar el vidrio de la literatura poética en Colombia. Pues, Raúl Gómez Jattin, solo vuelve a transitar por los viejos rieles otrora recorridos por el gran tranvía de la poética que, otros surcaron mucho antes que él; a Raúl, lo antecedieron diversos movimientos como el simbolista de los llamados poetas malditos franceses del S. XIX. Cuyo misticismo los llevó a protestar contra el arte científico, en una sociedad que había perdido casi por completo su creencia en la religión. Para entonces, los realistas habían abandonado la creencia en un mundo superior. No aceptaban nada que estuviera por encima de los sentidos. Los conceptos espirituales cristianos cuyos pilares San Agustín asimiló de la filosofía neo-platónica y fueron pilares en la construcción social europea ya no importaban. Al respecto C.M Bowra comenta: “en contra de este realismo científico protestaron los simbolistas, y su protesta era mística porque se hacía en nombre de un mundo ideal que era, a juicio de ellos, más real que el de los sentidos”[v] .
De igual forma, lo antecedió el movimiento surrealista de la primera mitad del siglo XX, fundado en el año de 1924 por André Bretón (1896-1966) quien se había constituido en acérrimo partidario del movimiento dadaísta, en el Congreso Internacional para la Determinación de las Direcciones y la Defensa del Espíritu Moderno, cuya postura crítica contra el sistema social, moral y burgués estaba bien marcado y que por divergencias de opiniones sobre el arte y su deber ser, rompe vínculos con Samuel Rosenstock (Moineşti, 16 de abril de 1896-París, 25 de diciembre de 1963) poeta y ensayista rumano conocido como Tristan Tzara. Aunque la palabra fue empleada por vez primera en el año de 1917 por el poeta Apollinaire cuyo término fue luego dinamizado por André Breton y los colaboradores de la revista Literatura.
En su manifiesto de 1924 Breton comenta que: “el Surrealismo es un puro automatismo psíquico por el cual se intenta expresar, verbalmente o de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de cualquier control ejercido por la razón al margen de toda preocupación estética o moral”. Breton comienza entonces a hacer una crítica de oposición, pero desde el psicoanálisis. Por lo que el surrealismo llega a ser o se convierte en la expresión del subconsciente por medio de la literatura, la pintura, la escultura, la fotografía y el cine. Muchísimos artistas asumieron el surrealismo como una corriente estética de una cosmovisión. Y desde luego, la llamada “Generación beat”, la cual, hace referencia a un grupo de escritores estadounidenses de la década de los cincuentas, pero, también a ese fenómeno cultural sobre el cual escribieron. Este movimiento de la segunda mitad del siglo XX se caracterizó por el rechazo a los valores estadounidenses, por el uso de drogas, por la gran libertad sexual y por el estudio y práctica de la filosofía oriental. La generación beat legó en la posterior contracultura o movimiento hippie una cosmovisión muy peculiar de dinamismo y, por supuesto, el nadaísmo colombiano entre los 60s y 80s. movimiento literario y artístico con robusta oposición a la cultura académica, a la iglesia y el gobierno a través de la protesta social en la que, hubo quema de libros, con impacto reflectante a nivel nacional.
El reconocido poeta Jorge Marel, el poeta del mar, fue víctima de un afamado escritor y novelista monteriano que, para la época ebrio de nadaísmo convocó a otros poetas y escritores de su movimiento local para la quema de obras literarias de muchos escritores que no eran de su simpatía, entre ellos, el poeta sucreño antes mencionado. Este movimiento conformado en Medellín, en tiempos cruentos, bajo la dictadura del militar Gustavo Rojas Pinilla se constituyó en el adalid de la poesía provocadora; por lo que aseverar que Gómez Jattin fue un poeta maldito o que dividió la poesía en Colombia en un antes y después, sería un acto de irresponsabilidad y facilismo literario. Su actitud frente a muchas circunstancias de la vida o el libre desarrollo de su personalidad (homosexualidad, alcohol, marihuana, irreverencia, etc.) ya la tuvieron primero otros poetas nacionales y de otras latitudes, incluso en la misma poesía. Aunque no negamos que encontramos una gran dosis whitmaniana en Raúl Gómez Jattin y que, fue un diluvio de versos cargados con excepcional cualidad anti literaria, irreverente, en algunos lo anti retórico, ya hubo un antes consolidado por Luis Carlos López, el “Tuerto” López, que en la mayoría de los casos escandalizaba al círculo poético de entonces, constituyéndose para la época en un verdadero contestatario, crítico y burlón de esa Cartagena heredera del rancio colonialismo aristócrata, o a un Vidal Echeverría en la Barranquilla de los años 50s, cuyo surrealismo lo asume como su propia forma de vida.
Para entonces, uno de los grandes vacíos en la poética de Gómez Jattin, fue el no contar con personas experimentadas en el arte de la crítica literaria poética, sino, estuvo rodeado de aduladores sobre su actitud personal frente a la vida misma, desarrollada en gran parte por su enfermedad mental y, por supuesto, su adicción a las drogas psicotrópicas, que cumplieron el papel de detonante, desarrollando en él, un comportamiento censurable por muchos y soportado solo por el círculo de amigos cerrado que compartían las mismas formas de vida, pero que en ninguna manera, este comportamiento constituía el resultado de la genialidad artística del poeta. A mediados de la década de los 80s, Raúl, retoma de los anteriores movimientos la trasgresión, rompe con la norma al negarse al canon y su público, más que centrase o hacer crítica de sus escritos, se exacerba en exaltar sus desmanes comportamentales distorsionando la visión crítica y confundiendo al hombre con su creación artística, llamándolo: “poeta maldito”. Es entonces, cuando el poeta deja la profesión de jurisprudencia y las artes escénicas, para anclarse en la poesía que, en él, va tomando más fuerza; desechando de forma definitiva la bolsa de siglo litero-burócrata que ofrece el sistema a muchos artistas. Utiliza un lenguaje extremadamente directo, en la mayoría de su obra se constituye coloquial, desprovista de ostrácicas metáforas y símiles, lo que facilita al lector un acercamiento a la poesía que es quizás el fuerte de este vate Caribe y mediterráneo. Sin embargo, sin ser un poeta maldito y con una condición mental que lo llevaba a extremos negativos comportamentales, Raúl, casi consiente o inconsciente de él mismo, dejo de ser él, para convertirse en su poesía, aquella que surgía de su dolor en su condición humana desperdigada en las calles donde también deambuló, pernoctó y murió. He aquí uno de sus mayores logros:
EL DIOS QUE ADORA[vi]
Soy un dios en mi pueblo y mi valle
no porque me adoren sino porque yo lo hago,
porque me inclino ante quien me regala
unas granadillas o una sonrisa de su heredad.
O porque voy donde sus habitantes recios a mendigar una moneda
o una camisa y me la dan.
Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán y lo nombro en mis versos.
Porque soy solo. Porque dormí siete meses en una mecedora
y cinco en las aceras de una ciudad.
Porque a la riqueza miro de perfil mas no con odio.
Porque amo a quien ama. Porque sé cultivar naranjos y vegetales aún en la canícula.
Porque tengo un compadre a quien le bauticé todos los hijos y el matrimonio.
Porque no soy bueno de una manera conocida.
Porque no defendí al capital siendo abogado.
Porque amo los pájaros y la lluvia y su intemperie que me lava el alma.
Porque nací en mayo. Porque sé dar una trompada al hermano ladrón.
Porque mi madre me abandonó cuando precisamente más la necesitaba.
Porque cuando estoy enfermo voy al hospital de caridad.
Porque sobre todo respeto sólo al que lo hace conmigo,
al que trabaja cada día un pan amargo y solitario y disputado
como estos versos míos que le robo a la muerte”
Este estremecedor texto poético, escrito en primera persona del singular (Yo), es uno de los tantos poemas que prueban, como el sujeto social se fue convirtiendo en el sujeto poético hasta quedar solo la poesía que se llama Raúl. No desde la comodidad, de un resort o de un aula de clases, sino desde su propia experiencia de vida misma. De aquel Raúl que vivió deambulando en las calles, del Raúl que pasó varias temporadas en clínicas psiquiátricas y que también reflejó en sus textos mucho de odio y resentimiento.
“En las clínicas mentales lo peor son las monjas
más violentas que agujas hipodérmicas que la fiebre y la locura
la monja es una energúmena quieta. En las clínicas mentales
cuando lloro la monja casi ríe.
Podría decir que la monja no es mala ni es buena
simplemente odia todo lo que se mueve
todo lo que vive todo lo que palpita
todo lo que no sea su Dios muerto”
El cacique Zenú
Llegaron los Gómez Fernández Morales y Torralbo
con ese Cristo muerto y amenazante e incomprensible
a cambiarnos la vida las costumbres y la muerte
¿Les iría tan mal en la tierra española que cruzaron el mar
en sus canoas de vela a venirse a vivir para siempre con nosotros?
A mi parecer son agradables y buenos
pero su Semana Santa es nuestra época florida
y si quieren rezar que lo hagan pero que no quieran
impedirnos que vayamos hasta la ciénaga a buscar
la hicotea la babilla y el pájaro chavarrí…”
Pero también en ese cruce de caminos, evidenciamos en el poeta un mestizaje que lo surca, dos mundos que lo atraviesan y con los que mantiene una identidad fuerte. Identidad cultural en la que su sangre árabe tiene también un puesto privilegiado. Siempre he afirmado que, para conocer parte de nuestros comportamientos, costumbres, fenómenos lingüísticos, bromatológicos, religiosos, literarios, incluido el plano de lo supersticioso, sea necesario estudiar a los inmigrantes. Y Raúl Gómez Jattin lo tenía presente en su vida. Reconocía en él su otra mitad. Su otra raíz. La mediterránea, la oriental; aquella que aportó en su vida el fuego milenario, la pasión por el arte y las letras. Dijo alguna vez: “[1]Soy un poeta como Omar Khayam y el autor de las mil y una noche. Los Jattin vienen de una aldea homónima cercana a Beirut” Sin duda alguna, el siguiente poema es una prueba de reconocerse a sí mismo como un poeta sirio libanés.
ABUELA ORIENTAL[vii]
A esa abuela ensoñada venida de Constantinopla
A esa mujer malvada que me esquilmaba el pan
A ese monstruo mitológico con un vientre crecido
como una calabaza gigante
Yo la odié en niñez
Y sin embargo vuelve en esta noche aciaga con algo de hermosura
Por algo se dice que con el tiempo uno perdona casi todo
Vuelve con sus cicatrices en el alma
de fugada de un harén
con sus “mierda” en árabe y en español
Con su soledad en esos dos idiomas
Y ese vago destello en su espalda de alta espiga de Siria”
De recordar las lecturas que le hacía su padre sobre “Las mil y una noche” y que posteriormente en su obra “Hijos del Tiempo” el poema Scherezada es el hijo que le rinde tributo a su sangre árabe.
SCHEREZADA[viii]
Está enamorada del asesino que la obliga
noche tras noche a exprimir su memoria
de la ancestral leyenda multiforme y extensa
para salvar por un momento su indefensa vida
Y mientras cuenta y cuenta Scherezada
el Califa la besa y acaricia lujurioso
y ella tiene que seguir entreteniéndolo contando
porque el verdugo espera en cada madrugada
Está a merced de quien la oye emocionado
pero no levanta la sentencia a muerte
El artista tiene siempre un mortal enemigo
que lo extenúa en su trabajo interminable
y que cada noche lo perdona y lo ama: él mismo”
A través de uno de sus hijos poemas se refugia en la madre, el ser al que Raúl más amó y al que inmortalizó para la posteridad. Quizás, el poema más delirante y fuerte que él haya concebido, reúne la lucidez crítica del poeta. La expresión “más allá”, marca los versos de manera contundente, y nos hace viajar a un mundo indefinible de imágenes. He aquí una Missa defunctorum, una elegía. Una carga sentimental demoledora, un tono, un ritmo y una expresión solemne.
LOLA JATTIN[ix]
Más allá de la noche que titila en la infancia
Más allá incluso de mi primer recuerdo
Está Lola — mi madre — frente a un escaparate
empolvándose el rostro y arreglándose el pelo
Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte
y está enamorada de Joaquín Pablo — mi viejo —
No sabe que en su vientre me oculto para cuando
necesite su fuerte vida la fuerza de la mía
Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara
de su dolor inmenso como una puñalada
está Lola — la muerta — aún vibrante y viva
sentada en un balcón mirando los luceros
cuando la brisa de la ciénaga le desarregla
el pelo y ella se lo vuelve a peinar
con algo de pereza y placer concertados
Más allá de este instante que pasó y que no vuelve
estoy oculto yo en el fluir de un tiempo
que me lleva muy lejos y que ahora presiento
Más allá de este verso que me mata en secreto
está la vejez — la muerte — el tiempo inacabable
cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío
sean sólo un recuerdo solo: este verso
De igual forma observamos en este poema un poderoso tono elevado, un ritmo marcado, grave en lo formal. Ritmo que se torna aún más fuerte cuando anuncia finalmente que su madre está muerta, que ya no está, al tiempo también, que la muerta, su madre, está “vibrante y viva”- Haciendo de este ritmo un sublime paralelo entre la muerte y la vida. Aquí Raúl ya no trae a su madre frente a un escaparate, ahora, la rescata “sentada en un balcón mirando los luceros”, representación mucho más evocativa y profunda. Es la representación del poder para ayudarse así mismo, cada lucero devuelve la espiritualidad y la conciencia iluminada para avanzar hacia nuestro verdadero encuentro. Más que inmortalizar a la madre, es un poema en donde él mismo se redime de sus muchas culpas que tantas veces abofetearon a Lola. De manera extraordinaria, en los versos que siguen a los tres primeros, Raúl Gómez Jattin, logra utilizar un tono coloquial sin perder la cadencia, y vuelve a retomar el ritmo de los primeros en el noveno verso, con las mismas acentuaciones en las 3ª, 6ª, 10ª y 13ª sílabas, repitiendo la misma estructura.
La senda transitada por Gómez Jattin fue una angosta calle con piedras de desesperanzas. Su meta “ser el mejor poeta de Colombia” y a través de su vida y experiencia la historia que es nuestro juez será quién le conceda un puesto entre las grandes letras poéticas de nuestro país. Su poesía es un revelador testimonio de la sociedad en la cual le tocó vivir. Una sociedad carcomida por los afanes, la envidia, la desidia, la avaricia. En la que hoy los siete pecados capitales quedarían en pañales. El 22 de mayo de 1997 la dama blanca y fría le sorprende en Cartagena atropellado por un bus sin que haya sido posible determinar si se trató de un accidente, un suicidio o de un asesinato. Nos lega una obra que aún se sigue estudiando. Poemas (1980), Retratos (1980-1986), Amanecer en el valle del Sinú (1983-1986), Del Amor (1982-1987), Hijos del tiempo, Esplendor de la mariposa (1993), Los poetas, amor mío… (1999) -Libro póstumo-. El libro de la locura (2000) -Libro póstumo-. Podríamos decir ahora que la vida introdujo en la poesía una metáfora viviente llamada Raúl Gómez Jattin.
[i] Yehudah Abraham Dumetz S. Lorica, Caribe colombiano 1972. Escritor y poeta. Miembro del Parlamento Internacional de Escritores de Colombia, de la Asociación de Escritores de la Costa; Coordinador regional del Parlamento Nacional de escritores de Colombia. Miembro honorario de Hispanic Heritage Literature Organization / Milibrohispano. Miembro de la tertulia literaria “El Bocachico letrado”. Director Ejecutivo del Observatorio Cultural Manuel Zapata Olivella. Adelantó estudios de licenciatura en educación y humanidades con énfasis en español e inglés en la Corporación Universitaria del Caribe. Se ha desempeñado como conferencista nacional de temas de literatura. Ha publicado los libros de prosa poética: “Voces desde mi exilio”. AMAZON. Carolina del Norte, USA. “Tiempo entre dos Aguas”. Ediciones Biblioteca de Autores Loriqueros, Bogotá. (2011). Y “El Otoño de Otoño” Poesía. Ediciones AD. Bogotá Colombia. (2001). Ensayos publicados: “Voces de exilio en la poética de Mahmoud Darwish”. (2012), entre otros.
[1] FIORILLO, Heriberto. “Arde Raúl” Pág. 35
Fuentes consultadas
[ii] BACHELARD, Gastón. “Instante poético e Instante metafísico”.
[iii] FIORILLO, Heriberto. “Arde Raúl” Pág. 30.
[iv] GÓMEZ JATTIN, Raúl. Amanecer en el Valle del Sinú, Antología poética. Pág. 45. 2004. Fondo de Cultura Económica.
[v] LUQUE, Muñoz Henry. Poéticas De los movimientos artísticos y literarios de Occidente a la poesía colombiana del siglo XX. 2004. Pág. 58.
[vi] GÓMEZ JATTIN, Raúl. Amanecer en el Valle del Sinú, Antología poética. Pág. 3. 2004. Fondo de Cultura Económica.
[vii] GÓMEZ JATTIN, Raúl. Amanecer en el Valle del Sinú, Antología poética. Pág. 23. 2004. Fondo de Cultura Económica.
[viii] GÓMEZ JATTIN, Raúl. Amanecer en el Valle del Sinú, Antología poética. Pág. 133. 2004. Fondo de Cultura Económica.
[ix] GÓMEZ JATTIN, Raúl. Amanecer en el Valle del Sinú, Antología poética. Pág. 141. 2004. Fondo de Cultura Económica.
Crédito fotográfico
Fotografía de Raúl Gómez Jattin en la hamaca ~ Fuente: Archivo PanoramaCultural.com.co