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Anécdota Navideña – Huele a Navidad – Isis Macedo

Huele a Navidad

Como todo viaje al pasado, se inicia hurgando dentro de la maleta. Y recordar los aromas que se desprendían en aquel momento. El olor a pino, canela y piloncillo es la señal de que la época navideña estaba por llegar.

Vivía en la ciudad de México, con tradiciones navideñas como “posadas”, piñatas y flor de nochebuena. El ambiente era con gente apresurada, congestionando las calles y los centros comerciales. En las banquetas o plazas públicas personas vestidas con trajes de “Santa” y “Los tres reyes magos” y un fotógrafo listo para tomar la foto familiar navideña.

En la casa familiar había un pino adornado con esferas de cristal, que con tan solo mirarlas se rompían. El festón de color rojo era una estola de pelitos finos de hilo metálico que daba vueltas alrededor. Todo era tradicional y cubierto de religiosidad.

En vísperas de la navidad, la reunión era en la iglesia. Nos formábamos y los voluntarios traían velas para encenderlas  en el momento que salieran los “peregrinos”, figuras de la Virgen  Maria y Jose el carpintero que irían al principio de la procesión.

Se prendían las velas compartiendo la flama del que se encontraba delante. Además un cartón para que no escurriera la parafina en nuestras manos, entre villancicos caminábamos pidiendo posada. Y de repente se detenía la fila y sin querer le chamuscabas el pelo al de enfrente.

Todos cantábamos “El niño del tambor”, “los peces en el río”, “la marimorena”, y por supuesto la letanía para pedir posada.

Al llegar a la casa que daba posada, se nos daba el “envoltorio”  una bolsita de papel con alguna galleta en forma de cerdito, “colaciones” dulces tan duros como una piedra, con sabor a anís y al centro una fruta seca, cacahuates con cáscara, alguna caña y papas o camote pequeño color rojo bastante ácidas.

Después se tomaba ponche de frutas. Bebida caliente de canela, piloncillo, caña, tamarindo, tejocote, manzana, guayaba y hasta ciruela pasa. Y comenzaba la fiesta de pegarle a la piñata en forma de estrella con siete picos, representando los pecados capitales. Al romper la piñata teníamos que ver muy bien donde se ponían nuestras rodillas y lo que tomábamos del suelo, pues eran de ollas de barro que al romperse quedaban lajas puntiagudas.

En la casa familiar los olores de la comida salían de la cocina inundando todo el lugar.  La noche terminaba todos juntos en la mesa del comedor, compartiendo anécdotas. Con ponche de frutas y torreja de pan rellena de queso, bañada en caldo de canela y piloncillo.

Isis Macedo Suarez

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