Por Fermina Ponce ~ www.ferminaponce.com
A la luz de la caída, ópera prima de la poeta argentina Rita Corigliano, nos acerca al dolor desde la destreza del verso, desde la luz.
Caerse hasta que el último hueso grite. Caerse sin que haya nada que te reciba. Caerse hasta perder la cordura. Miré en el diccionario la definición de caída para ver cuál de todas resonaba con mi percepción del poemario… la RAE dice que, en cuanto a la física, la caída “(…) es un acto que experimenta un cuerpo sometido exclusivamente a la acción de la gravedad”. Aquí la palabra gravedad tiene un doble significado, la fuerza que ejerce la tierra hacia su centro y la cualidad de lo grave.
A partir de una infortunada caída, la poeta argentina Rita Corigliano inició el proceso creativo de A la luz de una caída. Con un epígrafe de Clarice Lispector “(…) Y fue tan cuerpo que fue puro espíritu…” inició uno de los poemas más bellos de esta obra: La escena se repite/en la vigilia/ y en los sueños. / Caigo hacia atrás/ y en el instante mismo/ me transformo. / No me miren con pena/ ni lamentos. /Nadie me empujó[1]… En este fragmento Rita nos comparte la angustia que la caída tuvo en ella, el desorden que causó en sus huesos, la agonía del dolor y de la inhabilidad de poder hacer algo de forma independiente.
Verse a sí misma en el vacío, en la estrechez del piso y el cuerpo, en el llanto constante de no quiero doler. Una fractura triple del húmero cuya reconstrucción tomó veinticuatro clavos y dos placas. ¿Qué hacer con tanto metal en el cuerpo? ¿Podría decir que se ha vuelto invencible, con una coraza que la protege del daño externo?
A la luz de una caída está dividido en tres tiempos: Que se caiga lo que tenga que caerse. Vuela tu vida hacia otro abismo. Y un día emprendí el vuelo. Cada uno representa la voz de la autora en su proceso catártico, en la revelación del mismo, como si cada tiempo fuera una epifanía.
Caerse también es parirse a sí misma, es desvestirse de la niñez, es dejar que todo ruede por las carnes haciéndonos quebradizas, es ese “Me fui desvistiendo/ hasta quedar desnuda/ niña recién nacida/ fragilidad de cuna…”[2]. Al mismo tiempo es volverse una pieza que cuenta sus desventuras como una historia que tiene brillo, finalmente todos somos el arte de las cicatrices[3] llenos de fuerza, de belleza atemporal y de luz.
¿Y la reparación? ¿Y la resiliencia? “Y un día emprendí el vuelo” como lo llama Corigliano. Emprender un nuevo destino duele en la piel de este poemario, se enciende en fuego el suelo que la recibió y la vio parir tantas veces con las lágrimas que a ella misma lavaban.
Reparar es ese salto a lo visceral, a lo independiente, a la suma de palabras coloquiales que Corigliano expresa sabiamente y que escribió en cuadernitos de seda:
“Escribí estos poemas/ en un cuadernito/ con una R dorada/ en la sedosa tapa/ celesteazulvioleta/ R is for Rita/ escribió Mercedes Moring/ y sumó veinte adjetivos/ que empiezan con R/ me quedo con todos/ le agrego la R/ a rama rota/ a ruido de roces a rastros/ y elijo para el final/ Renacida”. Al final del día, es quererse de una y todas las maneras, es el uso del verbo como infinita creación.
[1] A la luz de una caída. Fragmento del poema página 14. Rita Corigliano. Editorial Viajera, 2022.
[2] A la luz de una caída. Fragmento del poema página 41. Rita Corigliano. Editorial Viajera, 2022.
[3] Kintsugi o el arte de las cicatrices. Arte japonesa milenaria de reparar lo roto con una resina y polvo de metales preciosos como el oro, la plata o el platino.