Columnas Creación literaria

Las nanas


Hace algunos días llevé a mi nieta a ver la película “El regreso de Mary Poppins”. Es la secuela de aquella película que vi de niña, en 1964. Muy linda película. El escenario es Londres en los años 30, durante la Gran Depresión. La protagonista, Mary Poppins, es  la nana que todos quisiéramos tener, si hemos de tener nana. ¿Quién no quiere una niñera que convierte la tina en un hermoso océano lleno de delfines? Así cualquier niño se mete a bañar sin rezongar. ¿Quién no quiere una nana que nos saque a media noche a bailar con los faroleros? No sé ustedes, pero yo odiaba irme a la cama. Mary Poppins es definitivamente una niñera fabulosa. Alguien que vuela con su paraguas y que es capaz de crear un mundo mágico que aleja los temores y la tristezas. Un mundo donde las cosas (y las personas) perdidas no se pierden.

Les cuento que esa misma noche vi la película Roma en Netflix. En esta última película Cuarón nos presenta a otra nana, una nana mexicana. Cleo, de ascendencia mixe, trabaja para una familia acaudalada en la colonia Roma en la ciudad de México, durante los años setenta. Cleo es una nanita amorosa que cuida a los niños de la casa como si fueran propios. Eso a pesar de que ella pasa por un momento muy difícil. Según algunas entrevistas que le hicieron a Cuarón, Cleo representa a esas nanas que algunos niños mexicanos privilegiados, como él, tuvieron en su infancia. Es una mujer cariñosa que escucha a los pequeños y los consuela por la ausencia de su padre. Es la amiga adulta que participa en juegos imaginarios. Es la que consiente sus caprinos, los viste cuando están cansados y los acurruca y les canta (en su lengua) a la hora de dormirlos. Su cariño es tal, que incluso arriesga su vida por salvar la vida de uno de los niños.

Al final de ese día lleno de imágenes, unas coloridas y las otras en blanco y negro, unas musicales y otras silenciosas, me doy cuenta que la trama de las dos películas es la misma: hablamos de dos nanas que cuidan y protegen a niños ajenos. Las historias comparten un mismo tema: la dinámica familiar ante la pérdida de un progenitor, sea causada por una muerte prematura, o por un divorcio. Hay otras similitudes como también hay muchas diferencias. La que más llama mi atención es esta: en el universo fantástico de Mary Poppins ella es dueña de su propio destino. Al final de la película simplemente abre su paraguas y vuela lejos. A comparación, en el universo opresivo y clasista de Cleo ella no podrá irse a ningún lado. Necesita trabajar. Cleo no cuenta con ningún paraguas que la libere. Su mejor opción es ajustarse al “modo de la señora” quien, después de todo, no la maltrata. Además, los niños la quieren. Y ese amor, genuino y desinteresado, es precisamente la magia que los salva de su tristeza y que hace que Cleo se sienta “casi” parte de la familia.

Quizás la magia del amor de Cleo es suficiente. Quizás es mejor antídoto contra la orfandad que cualquier viaje en globo por las nubes, o por océanos inventados. Quizás es más divertido bailar con Cleo en la azotea, mientras se seca la ropa en el mecate, que salir a bailar con faroleros. No lo sé. Lo que sí sé es que si yo volviera a ser una niña huérfana de madre, como lo fui, y me dieran a escoger entre estas dos nanas, no lo pensaría dos veces: me quedaría con los apapachos de Cleo. Pero sospecho que si le Cleo  pudiera escoger – si le otorgáramos voz y libertad para reclamar su destino– hace rato que hubiera abierto su paraguas. Ya la veo volando más lejos que Mary Poppins. Ya la veo limpiando su propia casita, y consintiendo a sus propios hijos.


Por María de Lourdes Victoria