En el Mes Internacional de la Mujer y en especial el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, aunque se reitere el tema hasta el cansancio sobre las diferentes manifestaciones de la violencia en los hogares, en los trabajos y en la sociedad en general, este eco nunca será suficiente hasta que cada ser humano se concientice de sus patrones de conducta violentos hacia los demás y hacia su entorno. En este caso, el trato injusto hacia la mujer.
El respeto y la apreciación de la contribución que hacen las mujeres en sus diferentes roles, bien sea como madres, esposas, profesionales, o líderes es fundamental para lograr cambios positivos en pro de su desarrollo y calidad de vida. Solo reconociendo su valor en todas las instancias, la sociedad tendrá el genuino interés de implementar los cambios que se necesitan para que las mujeres tengan igual derecho que los hombres y no sufran la discriminación y el maltrato. Se trata de una tarea global de concientización sobre la importancia de garantizar el respeto por los derechos humanos de la mujer, ofreciendo ambientes donde imperen igualdad de condiciones para las personas, sin importar su género. Es alarmante que a pesar de tantos adelantos todavía haya resistencia y discriminación hacia la mujer, incluso en los países más adelantados. Ni que decir de aquellas naciones en donde se les maltrata sin compasión, caminan a la sombra de los hombres, no tienen derecho a la educación ni al amor, y se venden o se intercambian como si fueran objetos.
La sensibilidad de la mujer no debe ser entendida como un signo de debilidad y ser usada para justificar situaciones de abuso e irrespeto. Las mujeres no quieren ser víctimas pero hay que denunciar que lo son, pues millones de mujeres sufren la discriminación y el abuso en sus hogares, en sus empleos y en sus relaciones de pareja. En el campo laboral, la mujer es explotada y mal remunerada ante los ojos del mundo. En muchas empresas, sufren discriminación por estar en edad de procrear o porque son consideradas menos capacitadas por ser mujeres. En algunos países latinoamericanos es casi imposible para las mujeres mayores de treinta y cinco años encontrar trabajo, pues ya son consideradas obsoletas e inservibles, lo que indudablemente repercute en su autoestima y en la decadencia de los valores de la sociedad. Cabe señalar, que muchas de ellas son cabeza de hogar, por lo tanto la discriminación salarial y profesional, atenta contra el bienestar de sus familias. Se trata de un abuso en cadena que tiene serias repercusiones y que debe estar en la agenda de los gobiernos. Y aunque es triste admitirlo, el campo literario no se queda atrás. A diario las escritoras se enfrentan a personas y organizaciones que privilegian a los escritores y discriminan a las escritoras y poetas, como si el arte y el talento fuese cuestión de género. Recuerdo que una de mis colegas me comentó sobre una experiencia desagradable que tuvo lugar el año pasado en un evento internacional, donde el presentador hizo mil maromas verbales para no llamarla “escritora” durante el evento; caso que no ocurrió cuando presentó a los hombres. En otra feria internacional a la que asistí, me percaté de que la publicación que contenía el programa de presentaciones había dedicado todos los espacios de fotografía a los escritores y que las mujeres solo aparecíamos nombradas en los párrafos de textos. Y pudiéramos seguir enumerando casos, pero solo para exponer a luz hasta donde llega la discriminación contra la mujer, recordemos lo que sucedió en Colombia el año pasado cuando un grupo numeroso de escritoras levantó su voz al enterarse de su exclusión en el evento de la Bibliothèque de l‘Arsenal de París, con motivo del encuentro Colombia-Francia, 2017, donde se agendó la participación de 10 escritores y no hubo representación femenina. El tema que, levantó escaramuzas y generó debate pues estaba involucrado el Ministerio de Cultura, puso sobre la mesa un precedente que no se puede ignorar y es que aún en las más altas esferas y en todos los escenarios (donde uno menos cree) suceden este tipo de discriminaciones. Las escritoras tenemos el derecho a sentir indignación, pero por el bien del gremio no tenemos derecho a callar estos atropeyos. Las escritoras y las mujeres en general, debemos exigir nuestros derechos con valentía y no aceptar el trato injusto. El silencio no es un aliado de la justicia ni del cambio.
En el Día Internacional de la Mujer -que debería ser los 365 días del año- y que debería llamarse Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, quiero también hacer un llamado a las empresas privadas para que cumplan con sus obligaciones salariales y legales para con sus empleados, y que no pase como le ha sucedido a mi madre, quien trabajó durante su juventud como operaria en muchas fábricas de confecciones en la ciudad de Cali, Colombia, y ahora que llegó a su edad de retiro, se enteró de que varios de sus patronos no hicieron los pagos de su seguro social, aunque le habían sido descontados. En esta industría la mayor fuerza laboral la constituyen las mujeres. Esto es violencia, y lo peor, es que este y otros tipos de abuso se cometen a lo largo y acho del mundo, con los más vulnerables.
Hay mucho por hacer y somos las mujeres, las primeras llamadas a defender nuestra causa e involucrarnos de forma directa, pues somos las únicas que podemos hacer el cambio si exigimos nuestros derechos y reconocemos que este flagelo carcome nuestra dignidad humana. Hablemos por aquellas que no tienen voz, por nosotras, por ellas… hablemos…
Pilar Vélez-Zamparelli